SOLITARIO Y LIBRE II
Después del episodio de sonambulismo vivido y
de la breve y reflexiva respuestas dada a su amigo Rufus, Rimundo intentó
-aunque sin éxito- conciliar de nuevo el sueño.
Le fue imposible, de su mente no se apartaba la
imagen de aquella mujer morena, de rostro lleno de misterio por mor de unos
ojos negros como el carbón que le miraban de tal forma que sentía que le
desnudaban el alma y el corazón, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.
Era como si le clavaran mil puñales en su
pecho, por cuyas heridas se le escaba a raudales la ardiente pasión que le
embargaba desde los pies a la cabeza cuando Anita le miraba fijamente a los
ojos.
Harto de dar tubos de un lado a otro de la cama
y dado que el acostumbra a levantarse apenas raya el día, se tiró de la cama,
abrió la ventana de la habitación y observó como los primeros rayos de sol
empezaban a iluminar la madrugada.
Calzándose sus sandalias de andar por casa y
arropándose con su sayo, fue hasta la chimenea y avivó el rescoldo del fuego de
la noche anterior con unas piñas secas y unas taramas finas de brezo que siempre
tenía en la leñera para ese menester.
En cuanto sopló un poco las ascuas con el “Reo”, las llamas prendieron
inmediatamente produciendo su característico chisparreto, puso unos palos de
leña un poco más gordos para que el fuego se consolidara.
Mientras esto sucedía, él puso las “estraves”, él las conocía por ese
nombre, -(trébedes)-, encima de la
candela y sobre ellas el baño de zinc que usaba para calentar el agua de su
aseo diario.
Así mismo, preparó la cafetera, para que en
cuanto estuviera lista para ser usada el agua de su baño, ponerla sobre la “estreves” y que se fuera haciendo el
café que se tomaría en su desayuno, mientras él procedía al aseo diario.
Su amigo Rufus, aun continuaba enroscado en su
camastro, con la nochecita que le había hecho pasar su amigo, no tenia muchas
ganas de ponerse en marcha tan temprano.
Rimundo, una vez el agua adquirió su
temperatura ideal para ser usada en el aseo pertinente, la traspasó al
aguamanil que, junto con la palangana y el palanganero, constituían uno de sus
utensilios de aseo.
Conjunto, que se completaba con una “panera de corcho” grande que cuando
procedía, usaba para su aseo corporal completo, su correspondiente “bacinilla”, su brocha de afeitar y su
maquinilla de cuchillas marca “la
palmera” y otros de menor importancia, pero tan necesarios como los
anteriores.
De camino al pequeño compartimento anexo a su
habitación, vio que su amigo aun continuaba en su camastro, por lo que le
propinó una liguera patada con la punta del pie, al mismo tiempo que le decía…
- ¡“¡Vamos
perezoso, que ya es de día”!
Rufus lanzó un ladrido de protesta, como
diciendo…
- “Vaya, hombre
con la nochecita que me has dado…” ¡Aun quieres que me levante ya…!
Rimundo se metió en el baño, riéndose de las
quejas de su amigo,
- “Venga
perezoso, que eres muy perezoso, apostillo”.
Rufus miró a su amigo con una cara de sorpresa
imponente, no se creía lo que estaba viendo y escuchando, su amigo con una
sonrisa en de oreja a oreja y lo más extraño aun, canturreando una cancioncilla
que estaba muy de moda por a aquellos entonces.
Era una canción que decía algo así como…
- “Porompompon, porompompero”, la cantaba un cantante muy popular del cual no
sabía su nombre, porque él no entendía el lenguaje de los humanos, si había
entendido lo del dichoso “Porom…”
era porque se lo había escuchado tararear a su amigo y a ese sí que lo
entendía.
En fin, que ya no le quedaba más remedio que
levantarse, pues su amigo había hecho el milagro de despertarlo por completo.
Se desperezó y salió de la habitación fue hasta
la puerta, con la boca corrió el “pestillo”
de la ventana que habían practicada en la puerta para que él pudiera salir a
satisfacer sus necesidades, -que también las tenía- y a paso ligero llegó al
hoyo situado en la parte de detrás de la casita que hacia las veces de “estercolero” donde acumulaban las
basuras y restos orgánicos de los distintos animales que habitaban en la finca,
incluidos los de Rimundo, con el fin de que se deshidrataran para hacerlos
servir como abono orgánico a la hora de preparar la tierra para la siembra de
cereales, legumbres, verduras… o simplemente para abonar los numerosos árboles
que crecían en la finca.
Al regreso de su excursión matinal y una vez
dentro de la casa, cerró la ventana de la puerta y la aseguró con el cerrojo
con el mismo procedimiento que había utilizado para salir.
Vio que su amigo Rimundo ya se había aseado y
trapicheaba con los cacharros del desayuno, lo que el hizo recordar que tenía
un hambre atroz.
Ocuparon
cada uno su lugar correspondiente y se dispusieron a dar buena cuenta de lo
preparado para saciar el hambre que ambos sentían royéndole el estómago.
Rufus contemplo a su amigo con cara de
sorpresa, no se había fijado con detenimiento en él, observó que se había aseado
muy cuidadosamente, vestía ropas de trabajo, pero limpias, cuando acostumbraba
a cambiarlas el fin de semana y hoy era viernes así que aún faltaba el sábado
para que se produjera el citado cambio.
- ¡Pero bueno…! ¡Que estoy viendo! ¡Si se ha
puesto hasta brillantina! Exclamó para sí, Rufus.
Se pasó una de las patas delanteras por la cara
para cerciorarse de que estaba despierto, y que su vista no le jugaba una mala
pasada, pero no, lo que veía era la pura realidad.
Su amigo, antes de empezar a desayunar, seguía
canturreando mientras manejaba el transistor que días atrás había comprado a un
señor que se dedicaba a reparar las cunetas de la carretera con la que lindaba
la finca.
En la que, de momento, solo se oía alguna
marcha militar, así que la desconectó porque no le gustaba mucho lo relativo a
los militares, con el tiempo que pasó haciendo la mili obligatoria, Rimundo
había tenido más que suficiente en cuanto a ese tema.
Como íbamos diciendo, Rufus estaba muy
sorprendido con la actitud de su amigo, esa sonrisa de oreja a oreja…; ese
canturreo por la mañana temprano…; esa brillante mirada…; en fin, que no era el
que acostumbraba a ser cada día.
De pronto se le vino a la memoria la escena
vivida la noche anterior.
- ¡A que iba a ser
eso…! Se lo quedó mirando fijamente hasta llamar atención de Rimundo, este
al percatarse de que su amigo le estaba interrogando con la mirada, acentuó su
sonrisa y exclamó…
- ¡A ver, a ti que te pasa…!
Rufus, que ya se iba imaginando el porque de
toda aquella parafernalia, se tapó los ojos con la pata delantera al tiempo que
emitía un largo y repetido aullido.
- ¡Guaaaauuuu, guaaaauuu! Y empezó a mover la cabeza de arriba abajo
como riéndose…
- ¡De que te ríes tu… Eh! Le interpeló
Raimundo.
- ¿Yo…? ¡De nada, de nada! Contestó Rufus, pero la expresión de su cara
decía claramente otra cosa.
- ¡Que no te rías, que no es cosa de risa…! ¡He
tomado la decisión de hablar con ella hoy!
La sonrisa que minutos antes iluminaba la cara
de Rimundo había desaparecido y ahora mostraba una muesca de preocupación y nerviosismo.
Rufus la miraba entre risueño y divertido, algo
que encolerizó a Rimundo, que levantándose de la mesa fue a coger una “tarama” de las que usaba para encender
el fuego para atizarle un buen “taramazo”
a su amigo por estar riéndose de él.
Rufus que se percató de lo que se le venía
encima, pegó un salto hacia la puerta descorrió el cerrojo a toda pastilla y se
lazó hacia la calle como un rayo, así y todo, no pudo evitar que el “taramazo” le alcanzara en casi todo su
rabo, cosa que dio por bien empleada habida cuenta del buen rato que había
pasado a costa de su amigo.
¡Y lo que le quedaba aún…!
Cuando le contara a Montolla la novedad del
día, no por el hecho en sí, si no por el nerviosismo y la preocupación que se
refleja la cara de su amigo.
Pasados cinco minutos, mas o menos, asomó la
cabeza por el ventanuco con sumo sigilo y cuidado, pues suponía que a Rimundo
todavía le duraba el mal humor.
Pero no, Rimundo estaba dando cuenta de su
suculento desayuno a base de unas buenas tostadas untadas con una impresionante
“zurrapa de lomo” y un humeante “jarrillo” de café negro.
En vista
del panorama, Rufus dedujo que ya no peligraba su integridad física, así que
traspasó de nuevo la puerta hacia el interior y se dispuso a dar él también
buena cuenta del desayuno que le había preparado su amigo.
Rimundo estaba terminando su desayuno y él se
dio buena prisa para terminar también el suyo, puesto que tenia unas ganas
irresistibles de comunicarle a “Montolla”
las novedades del día.
Rimundo ya había recogido los trastos del
desayuno, y se empleaba afondo en fregarlos ayudándose de una mata de “Mata Gallos” que usaba como “fregón” y que crecían en abundancia en
el pinar de la finca, por lo que le salían sumamente económicos y además no era
necesario usar jabón alguno, que por otra parte tampoco abundaba y los pocos
que circulaban por el mercado eran carísimos.
Rufus salió sigilosamente de la estancia para
no provocar de nuevo el mal humor de Rimundo.
Ya iba a ir en busca de “Montolla”, cuando pensó que quizás sería bueno pedirle disculpas
por lo acontecido momentos antes.
Volviendo sobre sus pasos, asomó la cabeza por
el ventanuco para dirigirse a su amigo.
Como lo vio tan absorto en el fregado, para
llamar su atención, profirió un corto aullido como pidiéndole clemencia.
Rimundo en ese momento tenia en la mano un “Jarrillo de lata” de los usados en el
desayuno.
- ¿Clemencia? ¡Tienes toda la cara dura de
pedirme clemencia, con lo que te has reído de mí! ¡Pues toma, hay va tu
clemencia!
Y el “Jarrillo
de lata” voló hacia el hocico de Rufus con la mata de “Mata Gallo” incluida.
Rufus se retiró raudo y veloz del ventanuco
apartándose a un lado al mismo tiempo, ya que sabia que su amigo tenía una
puntería infalible cuando lazaba algo con la mano.
Efectivamente, el proyectil atravesó el espacio
donde milésimas de segundos antes ocupaba la cabeza de Rufus y fue a
estrellarse contra el suelo haciendo un ruido de mil demonios y sumando una
abolladura más a las ya existentes.
Se dio cuenta que no estaba el horno para
bollos, por lo que hizo mutis por el foro y se fue en busca de “Montolla” para ponerlo al tanto de lo
ocurrido instantes atrás y de la decisión del amigo de ambos.
Rodeó la casa y fue hasta la parte de detrás
donde pernoctaba “Montolla”, golpeó dos
veces con la pata delantera la puerta al mismo tiempo que lanzaba un par de
ladridos para que éste supiera que era él y no cualquier otra alimaña del bosque.
La puerta al igual que la de la entrada
principal, pero a diferencia de esta, tenía practicada en la parte superior, un
“postigo” lo suficientemente grande
como para que el animal pudiera asomar su cabeza por el hueco que se aseguraba
por dentro mediante una “tranca” de
grueso calibre.
El motivo de haber practicado la mencionada
apertura era porque, cuando las inclemencias del tiempo eran muy adversas y no
permitían que el ocupante de la “cuadra”
saliera de su habitáculo, al menos pudiera sacar la cabeza y disfrutar de aire
no contaminado por los gases que emanaban de los restos orgánicos propios, algo
por otra parte muy normal en las “cuadras”
habitadas por esos animales.
Ya sabemos que “Montolla” era un burro, pero de tonto no tenía ni un pelo, igual
que su congénere, el que tocó la flauta por casualidad.
Uno de esos días de frio invierno, agachó la
cabeza cerca de la puerta y al levantarla también levantó la susodicha “tranca”, la cual salió de su
alojamiento liberando al “postigo”
de la “traba” que le impedía la
apertura, un golpe de aire hizo el resto.
Rimundo cuando vino a sacarlo de la “cuadra” se encontró con que “Montolla” había abierto el “postigo” por casualidad, hecho este
que le dejó un poco preocupado, pero al día siguiente se repitió la operación
solo que al no hacer aire el “postigo” no
estaba abierto, por lo que pensó que como el de la flauta, “Montolla” lo había abierto por casualidad, como así había sido,
por lo que no le dio más importancia al hecho, llegando a la conclusión de que
había sido el animal el que de forma fortuita había quitado la “tranca”.
No obstante, reprendió al animal y le hizo ver
la cantidad de peligros que podía correr si alguna de las alimañas que
habitaban en el bosque se dignaba hacerle una visita nocturna y se encontraba
el “postigo” abierto.
Lo que no sabemos es en que idioma, o de qué
forma se lo hizo comprender y nos tememos que esa incógnita es algo que quedará
sin resolver.
Claro que como hemos dicho, “Montolla” de tonto no tenia ni un solo
pelo, y al escuchar las consecuencias que podía acarrear su acción, tomó buena
nota y solo quitaba la “tranca” con
su cabeza si estaba seguro de que quien estaba en la puerta era alguien de su
confianza, o cuando el sol entraba ya
por las rendijas de la puerta, pues solía ser la hora en que su amigo Rufus o
su amo Rimundo venían a buscarle.
Para evitar esas acciones no deseadas, había
convenido con Rufus una contraseña para poder identificarle.
“Montolla” una vez contactado que era Rufus quien picaba
en la puerta, procedió a quitar la “tranca”
mediante el proceso descrito.
Rufus brincó sobre sus patas traseras y de un
salto empujó el “postigo”, una vez
abierto y mediante otro salto se encaramó al perfil de la puerta y desde allí
al interior del habitáculo de “Montolla”.
Una vez dentro, empezó aponer a su amigo al
tanto sobre las buenas nuevas referente a las tribulaciones del amo de ambos
las cuales los dos tenían conocimiento.
Con las orejas tiesas, para no perderse
detalle, escuchaba entre divertido y sorprendido, por lo que cuando Rufus
terminó de ponerle al corriente, no pudo evitar lazar un burlón rebuzno al
mismo tiempo que su confidente también mascullaba alaridos risueños.
Otra cosa que no hemos podido comprende es, como
consiguieron entenderse los dos amigos, máxime si tenemos en cuenta que ambos
individuos pertenecían a espacies diferentes.
En fin,
son misterios del mundo animal que no nos corresponde a nosotros clarificar.
Aunque no de forma nítida, desde dentro de la
casa, a Rimundo le llegaba el rumor de lo que mascullaban sus dos subordinados.
-Estos ya se están divirtiendo a mi costa…
pensó.
En el fondo se alegraba que a ellos les hiciera
gracia su decisión, más que nada porque Rufus no había habido día en que no le
instara a ello.
Él no quería hacerle caso, pero al final había
tenido que darse por vencido y tomar la decisión de hablar con Anita.
Al pensar en ella, la sonrisa volvió a su
rostro y reconoció que a sus dos amigos -por qué más que nada eran sus amigos-
les hiciera gracia lo que le había costado decidirse a dar el difícil paso, ¡Y
aun no estaba muy convencido…!
Dentro de la casa sonó una carcajada, por lo
que ¨Montolla” y Rufus dedujeron que a su amigo ya se le había pasado un poco
el mal humor provocado por la actitud de este último.
Usando el mimo proceder que había utilizado
para entrar, Rufus abandonó la “cuadra”
para averiguar el motivo de la risa de Rimundo, no obstante, asomó la cabeza
con precaución -por lo que pudiera ocurrir- por el ventanuco de la puerta
principal de la casa.
Rimundo había terminado de fregar y de recoger
los cacharros del desayuno y se había sentado en la silla baja al calor de la
lumbre, con su cachimba en la boca, como era temprano y hoy no tenía intención
de trabajar, hasta el sol terminara de despuntar, se dispuso a
terminar la honda que se estaba haciendo para espantar a los pájaros, jabatos y
demás bichos montunos que merodeaban por los montes colindantes a la finca, le
faltaba que terminarle la “rabiza”, que
iba a hacerla con una hebras de “pita”
que había preparado unos días atrás, sacándolas de la hoja que había cortado de
una de las plantas que crecían espontáneamente en la finca.
La obtención de estas hebras era un trabajo
laborioso, primero había que cortar la hoja de la planta teniendo cuidado de no
pincharse con alguno de los pinchos que tenia en sus bordes y sobre todo, con
el que tenia en su extremo ya que este era muy duro y de unas dimensiones
considerables.
A continuación, había que someter a la hoja a
un proceso de machacado con la maza de “majar
el esparto” posteriormente y mediante un “raspador” y apoyándola sobre una madera o cualquier otro soporte,
se debía ir raspando toda la carne de la hoja hasta conseguir que las hebras
atuvieran totalmente limpias.
El motivo por el cual quería emplear este
material para la “rabiza” en vez del
esparto con el que había elaborado el resto de la honda, era porque con las
hebras de “pitas”, al hacer
restallar la honda, la “rabiza”, producía
un ruido mucho más fuerte y seco que las de “esparto”.
En el radio/transistor que había conectado
antes de sentarse, sonaba una marcha militar, a la que no prestaba atención
alguna, el trabajo manual que estaba realizando, lo hacía de forma maquinal.
Sus
pensamientos estaban concentrados en pensar el cómo y el cuando sería el
momento más indicado para dirigirse a Anita con el fin de ponerla al corriente
de sus pretensiones.
Algo que se le antojaba bastante difícil por lo
que no se le ocurría como ni por dónde empezar su disertación con ella.
En la radio/transistor que había conectado
momentos antes, ya empezaban a sonar las señales horarias que anunciaban la radiación
del “parte” matinal diario donde se
contaban las noticias y acontecimientos ocurridos en el país durante el día
anterior.
Le
sorprendía y admiraba, que aquel diminutivo aparato que había adquirido meses
atrás al señor que limpiaba las cunetas de la carreta, fuese capaz de
reproducir lo que estaba diciendo alguien que hablaba a tantísimos kilómetros
de distancia se donde estaba ubicado el dichoso aparato.
Pero no solo reproducía lo que hablan, sino que
también radiaban programas musicales, discos dedicados, concursos o programas
de solidaridad y otros de entretenimiento.
A él lo que le gustaba escuchar, principalmente
era el “parte”, otro que oía a menudo eran, los discos
dedicados, que era un programa en el que mediante una carta enviada a la
redacción de la emisora, se pedía que radiaran una canción para que la
escuchara la persona a quien iba dedicada, claro que no solo la oía esa persona
, sino cualquiera que tuviera la radio sintonizada, quien con mas asiduidad
usaba este servicio, eran las novias que tenían a su novio haciendo el Servicio
Militar Obligatorio.
Radiaban un programa que le gustaba mucho
escuchar, lo daban en la hora de la sobremesa nocturna y se llamaba “Matilde,
Perico y Periquín”, donde se exponían las tribulaciones y vivencias diarias de
una familia corriente de aquellos tiempos.
Abundaban los programas de concurso, pero a él
no le interesaban mucho por cuanto no tenía intención de presentarse a ninguno.
Como ya había terminado la “rabiza” de la honda, había terminado el “parte” y su cabeza empezaba a parecerse a una olla de grillos de
tanto darle vueltas al asunto de su petición a Anita, se levantó de la silla,
desconectó la radio y salió al llano que había en la puerta de la casa y se
dispuso a probar la honda.
Provisto de una piedra de mediano tamaño, la
colocó en la honda y haciéndola voltear sobre su cabeza soltó el proyectil que
fue a impactar de lleno en la piña de un pino que había elegido previamente
como blanco, y que distaba unos cincuenta metros de donde él se encontraba, a
continuación, la hizo restallar contra el suelo dando lugar a que se produjera
un chasquido potente y seco que retumbó como un trueno.
Satisfecho plenamente por el resultado de ambas
pruebas decidió que ya era hora de abrirle la puerta del gallinero a las
gallinas y de ir poniéndole el “jato” a
“Montolla” para iniciar la excursión
al pueblo con el fin canjear los productos que había cosechado de la finca,
proveerse de sumisitos y lo más importante y difícil al mismo tiempo… ¡Pedirle a Anita una cita!
Autor: Pera H
Fecha: diciembre
2018