RECUERDO DE UN AMOR DE VERANO
¡Por
fin…! Exhaló un profundo suspiro de alivio.
Por
fin había acabado aquella loca y complicada jornada de trabajo.
¡Por
fin…! Había terminado aquel loco viernes y con él aquella no menos loca semana.
Ahora
tocaba poner en práctica los planes de asueto y diversión urdidos con su grupo
de amistades durante los días anteriores, siempre y cuando los caprichos de la
naturaleza, no les impidieran llevarlos a cabo y precisamente las previsiones
meteorológicas no eran muy halagüeñas que digamos.
Terminó
de recoger los papeles que revoloteaba encima de su mesa y cerro su ordenador.
Se
acercó a la ventana de su despacho y echó un vistazo al exterior para comprobar
si el día gris que hacía cuando se incorporó a su trabajo, seguía manteniendo
las mismas condiciones de lluvia y frio.
Efectivamente,
las condiciones atmosféricas se mantenían inalterables, algo bastante normal en
aquella época del año lo que por otra parte era algo inherente al lugar donde
residía.
Ruth
-es era su nombre- pasaba su vida y desarrollaba su trabajo en la pequeña y
coqueta ciudad donde había nacido y crecido.
La
pequeña ciudad, estaba enclavada en un frondoso valle al abrigo de las altas
montañas, cuyas cumbres, lucían el blanco luminoso de la nieve acumulada a lo
largo de los días de las estaciones de otoño e invierno y en más de una ocasión,
durante el principio de la primavera.
No
muy lejos del conjunto urbano de la ciudad, discurría un caudaloso rio, cuyas
aguas servían para abastecer las necesidades acuíferas de sus habitantes,
incrementándose su caudal aún más, si cabe, en la época veraniega, como
consecuencia del deshielo provocado por el calentamiento de los tímidos rayos
de sol que lucían durante la estación veraniega.
No
obstante, la vida de Ruth, no solo se circunscribía a aquel pequeño núcleo
urbano.
Si
no, que unas veces por motivos de su trabajo y otras por motivos de placer, realizaba
frecuentes viajes a otros lugares del planeta donde conocía otras culturas y
personas que entendían la vida y su forma de vivirla, de manera diferente a lo
que ella y sus vecinos estaban acostumbrados.
Una
vez comprobado que su suposición era cierta, y que la lluvia tras un ligero paréntesis, continuaba cayendo con persistencia y suavemente sobre la ciudad, y que en el cielo se mantenía el monótono color gris oscuro que lucía cuando se incorporó al
trabajo, se separó de la ventana soltando las lamas de la persiana veneciana
que protegía el despacho de las indiscretas miradas del exterior.
Con
un mohín de disgusto, reflejado en su cara ya que tenía la esperanza de que la
tarde no fuera tan desapacible encaminó sus pasos hacia el vestuario donde se
ubicaban las taquillas destinadas a guardar las prendas de complemento
necesarias para soportar las inclemencias de días como el presente.
Se quitó sus elegantes zapatos de tacón medio guardándolos en un compartimento de su
bolso dispuesto exprofeso para tal fin, calzándose unas no menos elegantes
botas de color blanco y también con un ligero tacón apropiadas para poder andar cómodamente
sin sufrir las molestias de la pertinaz lluvia.
Completaba
su atuendo una manta de agua igual de elegante, que cumplía la función de
chubasquero a la perfección.
Así
mismo, se colocó su gorro de piel y su bufanda de lana, ya que presumía que en
el exterior la temperatura no sería nada agradable.
Convenientemente
equipada y portando en su mano el correspondiente paraguas, se dispuso a salir
de la oficina para dirigirse hacia su coqueto apartamento ubicado en un barrio
tranquilo y residencial no muy lejano.
Su
medio de transporte solía ser una motocicleta de pequeña cilindrada que cubría
sus necesidades de desplazamiento por la ciudad, aunque en días como aquel prefería utilizar el transporte público, que era bastante eficiente y que la
dejaba cerca de su domicilio.
Veinte minutos más tarde, se encontraba sacudiendo su paraguas debajo del pequeño
porche de su apartamento.
Franqueó
la entrada del compartimento lateral con que todos aquellos apartamentos
estaban equipados.
En
él, había instalado una especie de armario con un recogedor de agua en la parte
inferior con el fin de poder dejar allí el equipo de protección contra la
lluvia.
Se
desprendió de las prendas antilluvia y frio depositándolas en el interior de
este armario, a la par que se calzaba las cómodas babuchas morunas de andar por
casa que había adquirido en uno de sus placenteros viajes. Observó que su
motocicleta estaba en la plaza de aparcamiento del jardín, tapada con su funda
que la resguardaba del temporal.
El
jardinero había tenido la deferencia de protegerla.
Ella,
cuando se marchó al trabajo aquella mañana, tomó la decisión de no usarla.
Ya suponía que las condiciones atmosféricas no
serían las más idóneas para ello.
Por falta de tiempo no se quiso pararse a
colocarle la funda.
Tomó
nota de la acción llevada a cabo por aquel buen señor, para agrádeselo como
correspondía la próxima vez que hablara con él.
Acto
seguido, abrió la puerta principal y al traspasarla sintió la agradable
temperatura reinante en el interior de su acogedor apartamento… ¡Hogar… dulce
hogar!
Después
de haber vuelto a cerrar la puerta tras de sí colgó el bolso en el perchero
del recibidor y sacó los zapatos que había guardado en el al salir del trabajo.
Con
ellos en la mano encaminó sus pasos hacia la parte superior del apartamento,
donde estaban ubicados los dormitorios y los correspondientes baños.
Ardía
en deseos de desnudarse y tomar un relajante y cálido baño.
Se
fue desnudando mientras sentía como el agua iba llenando la bañera y el vapor
empezaba a empañar los vidrios de la ventana.
Sumergió
su bien torneado cuerpo en el agua y sintió un placer inmenso que la llevó a relajarse
profundamente disfrutando de la suave temperatura y la fragancia de las sales
que había vertido en la bañera para que tonificaran su piel.
Hubiera
estado allí tumbada una eternidad, pero al cabo de unos quince o veinte
minutos, su estómago empezó a reclamarle algún alimento que paliara la
incipiente hambre que empezaba a sentir.
No
le quedó otra que -muy a su pesar- salir de la bañera y secarse para colocarse
el albornoz y cepillarse el pelo.
Mientras
lo hacía, se contempló en el espejo, y lo que vio le gustó.
Ruth
sabía muy bien su edad, esa edad en que las mujeres están en la plenitud de su
esplendor. Ya no era la jovenzuela imberbe veinteañera sin experiencia, ni aun
había llegado al momento en que decían que la mujer empezaba a perder sus encantos,
ella sabía que era una mujer hermosa y se sentía muy orgullosa de serlo, le
costaba sus sacrificios pero merecía la pena.
Sus
piernas se mantenían firmen, su piel tersa y suave, su cintura ya no era la de
avispa de cuando era jovencita, pero tampoco era una cintura inabarcable, sus
senos se mantenían erguidos sin necesidad del famoso Wonderbra aunque ella lo
usaba cuando la ocasión lo requería.
En
caso contrario usaba el modelo de prenda que usaría normalmente cualquier otra mujer
de su edad.
Su
estómago empezaba a cabrearse, así que soltó el cepillo en el tocador, terminó
de colocarse el albornoz y calzándose con uno gruesos calcetines de lana, bajo
a la cocina para prepararse un tentempié y una taza de café caliente. Las
babuchas las dejó en el mueble del recibidor para ponerla en el del exterior al
día siguiente cuando se marchara a trabajar.
Esa
sería su merienda, la cena se la prepararía dentro de un rato y si por la noche,
el tiempo había mejorado igual iba a cenar al acogedor restaurante que había
cerca de su casa.
Envuelta
en su suave alborno y andando solo calzada con sus gruesos calcetines de lana.
Portando
en una mano la humeante taza de aromático café y en la otra el shawish que se acababa de preparar, se acercó a la
ventana y observó que las gotas de lluvia aun continuaban cayendo rítmicamente
y con suavidad persistente sobre el vidrio de la ventana y resbalaban por él
hasta precipitarse al suelo.
Sin
saber porque, de pronto se sintió nostálgica, quizás por haberse empañado el
vidrio con el vaho de su respiración y la fragancia desprendida de la taza de
café.
Quizás
debido a esa nostalgia, fue la que le impulsó, a dibujar el clásico corazón
atravesado por la flecha de Cupido, con el dedo índice de su mano derecha - después
de haber soltado la taza de café sobre el alféizar - en el vidrio de la
ventana.
Dejó
caer la cortina, que había apartado ligeramente y se acomodó en su adorado sofá
frente a la chimenea de gas que ardía lanzando al aire sus llamas que dibujaban
caprichosas siluetas.
Su
melancolía iba en aumento a la par que crecía el recuerdo de lo acontecido en
los últimos días de sus no muy lejanas vacaciones anuales.
Terminó
su shawish, su café y acabó de tumbarse en el sofá, de la mesita auxiliar que
había delante del mismo, tomó el libro que estaba leyendo y que la tenía
entusiasmada.
Se
refería las tribulaciones en que estaba envuelta una mujer asiática que se
encontraba presa entre la tradicional forma de entender la vida de su familia
oriental y la forma de verla de su marido educado según las normas
occidentales.
Ella
no tenía ese tipo de problema, se tenía por una mujer moderna, liberada de toda
atadura o compromiso que coartara su libertad.
No
era ninguna mojigata de esas que parecían que nunca habían roto un plato, si
bien, en su ciudad mantenía un prudente tren de vida, sin por ello dejar de
salir a alternar con sus amistades en los momentos que encartaba hacerlo.
Cuando
salía de viaje sea por motivos de trabajos o por placer, provechaba las
ocasiones que se presentaran para disfrutar de todos los placeres de la vida,
ya que pensaba que el disfrutar de ellos, era algo inherente a las personas.
Intentaba
enfrascarse en la lectura sin conseguirlo, puesto que sus pensamientos volaban
una y otra vez a aquella playa del sur donde había pasados sus vacaciones el
último verano.
Ya llevaba unos años pasando sus vacaciones en
las costas andaluzas, desde que las visitó por vez primera había quedado
enamorada de aquellas playas de aguas transparentes y de color turquesa, de
aquel luminoso sol que junto con el paisaje brindaba unos atardeceres de
ensueño de su gastronomía, sus alegres y coloridas fiestas y la pasión con que
los lugareños las vivían.
La sencillez de su gente, su simpatía y el
buen recibimiento que daban a cuantas personas se dignaran visitar aquellas
tierras, la habían terminado de conquistar.
Eran
todas esas cosas, las que habían hecho que se enamorara de aquellos lugares
perdidamente, así que solo faltaron los acontecimientos amorosos vividos
durante las últimas vacaciones, para no poder apartar sus pensamientos de
aquellas luminosas tierras.
Cuando,
como en aquellos momentos, se encontraba tranquila y relajada en la intimidad
de su hogar.
En
ocasiones anteriores había visitado las hermosas playas de Huelva y Cádiz,
lugares donde había empezado su admiración por aquellos parajes, este último
verano le había tocado el turno a la provincia de Málaga y su Costa del Sol.
Maravillosas,
simplemente maravillosas, así habían transcurrido aquellas vacaciones,
disfrutando a tope en cada ocasión de las delicias que brindaba aquel
emplazamiento tan esplendido.
Fueron
geniales y se cerraron con broche de oro.
Por
supuesto que no era la primera vez que había mantenido un encuentro amoroso con
un hombre, ni sería la última, o al menos eso esperaba.
Sin
atender en absoluto la lectura del libro que tenía en sus manos, su pensamiento
volaba una y otra vez hacia la playa de aquel pequeño y acogedor pueblo
malagueño.
Muy
concretamente a los acontecimientos ocurridos cuando sus vacaciones estaban
cercanas a su fin.
Cerró
los ojos y reclinando el libro contra su pecho, dejó que su mente volara hacia
aquellos momentos de pasión y placer.
Las
imágenes en su imaginación se sucedían mucho más rápidas que los acontecimientos
vividos en aquella bella y casi solitaria playa.
Era
una tarde como otra cualquiera, pero iba a dejar de serlo pronto.
A
ella, le encantaba sentarse en la orilla, con el agua humedeciendo sus pies, mientras
contemplaba la caída del sol tras el horizonte.
En
el cielo estallaba una luz de fuego color rojo anaranjado, que se reflejaba en
las aguas turquesas del mar y el astro Rey se iba escondiendo lentamente, dando
paso a la mortecina oscuridad de la noche.
La
suave brisa marinera aligeraba su temperatura acariciando su cuerpo para
hacerla sentir cual sirena recién salida del agua.
En
una tarde cualquiera, en ese momento se ponía de pie recogía su toalla, su
bolsa playera, su pamela y su fular emprendiendo el camino de vuelta a su
hotel.
Aquella
tarde no fue una tarde más, no lo fue, porque cuando aún faltaba un rato para
que el atardecer declinara por completo, por uno de los extremos de la cala lo
vio aparecer.
Le
llamó poderosamente la atención la presencia de aquel desconocido, seguía hoy
en día sin saber por qué fue, era algo que no le había sucedido nunca hasta
aquella tarde. Ella que presumía de estar de vuelta y media de todas o casi
todas las circunstancias de la vida, en aquel momento, la aparición de aquella
figura masculina paseando lentamente por la playa, le había impactado hasta el
punto de dejarla con una sensación desconocida hasta aquel momento.
No
era una sensación de alarma o temor ante la presencia de alguien en la ya
solitaria playa, no, eso no le inquietaba en absoluto.
Ella
estaba preparada para repeler cualquier ataque hacia su persona, era una
verdadera experta en el arte de la defensa personal.
El
desconocido se sentó a unos metros de ella y también contemplaba el maravilloso
espectáculo de la puesta del sol.
Sin
dirigirse a ella en absoluto, por lo que continuó absorta en los colores que
empezaban a teñir el horizonte, no obstante, disimuladamente su furtiva mirada
se desviaba de vez en cuando hacia el desconocido sin que ella lo pudiera
evitar.
Cuando
terminó el grandioso espectáculo ambos se pusieron de pie, dispuestos a
marcharse hacia sus respectivos aposentos.
El
desconocido la saludó con una leve inclinación de cabeza a la que ella contesto
con una también, leve sonrisa.
Con
estudiada lentitud, empezó a recoger sus cosas para ponerse de pie, al mismo
tiempo que a hurtadillas volvía a dirigir su velada mirada para espiar los
movimientos del desconocido, observando que este ya se había levantado y se
dirigía hacia ella.
Inevitablemente
se puso en tensión dispuesta a repeler el posible ataque que intentara aquel
individuo contra su persona.
Al
cabo de unos momentos su temor se diluyo ya que el desconocido al llegar a su
altura le tendió su mano gentilmente para ayudarla a incorporarse, mientras en
sus labios brillaba una tenue sonrisa.
-Soy
Luis, se presentó, vengo de un pueblo de la Serranía Rondeña. Me entusiasma
estas puestas de sol tan maravillosas y cuando tengo ocasión me vengo a este
lugar para contemplar las.
Si
había albergado algún temor, este desapareció como por arte de magia al
escuchar la voz suave y tranquila de Luis. Aceptó su mano sin vacilar y una vez
puesta de pie también ella se presentó.
-Yo
soy Ruth, estoy de vacaciones y también me encanta contemplar estas imponentes
puestas de sol.
Se
anudó su fular playero a la cintura e iniciaron ambos un lento paseo por la
playa a esa hora casi desierta.
Casi
sin darse cuenta se cogieron suavemente de la mano llegaron pronto al final de
la playa, ya que era una pequeña cala al abrigo de dos espigones naturales en
ambos extremos.
Se
dieron la vuelta para volver sobre sus pasos, al quedar frente a frente, sus
miradas se juntaron brillando en la tenue oscuridad como dos estrellas
fulgurantes.
Sin
necesidad de hablar ella alzó sus brazos hasta el cuello de él, mientras, Luis
enlazaba su cintura, sus labios se unieron en un largo y apasionado beso.
A
ella nunca la habían besado así, sintió que su corazón latía a un frenético
ritmo, que le abandonaban sus fuerzas sin poder hacer nada por evitarlo…
Él
la sujetó con fuerza y poco a poco fue doblando sus rodillas hasta que
estuvieron tumbados sobre la arena.
Se
besaron, acariciaron y amaron con incontenible pasión durante largo rato.
La
luna reflejándose en el mar fue el único testigo de su acalorada pasión, a la
que dieron suelta sin más freno que el de sus deseos de amarse mutuamente.
Quedaron
exhaustos sobre la arena, la desnudez de sus cuerpos sudorosos resaltaba bajo
la brillantez de la luna.
Él
fue a decir algo, pero ella le tapó la boca con la mano mirándolo con una
sonrisa de felicidad en su semblante.
-Creo
que lo mejor sería que nos diéramos un baño y nos marchemos para nuestros
respectivos aposentos, comentó Ruth.
-Si,
será lo mejor, contestó Luis al mismo tiempo que se incorporaba ayudándola a
hacer lo mismo.
Corrieron
hacia el agua, cogidos de la mano y riendo a mandíbula batiente.
En
el agua de nuevo se besaron con pasión y hubieran continuado durante toda la
noche si ella no hubiera puesto un poco de cordura en aquellos momentos.
-Vamos
que me van a cerrar la cocina del hotel y me quedaré sin cenar, comentó riendo
Ruth.
-No
te preocupes por eso, hay un pequeño restaurante, que está abierto hasta muy
tarde y se come muy bien, dijo Luis.
-De
acuerdo, pero tendremos que asearnos y ya sabes, las mujeres no podemos salir a
la calle de cualquier manera.
Iniciaron
el camino de vuelta al hotel donde dio la casualidad de que se alojaban ambos, no
siendo raro que no se hieran visto, ya que él explicó durante el camino que
había llegado aquella misma mañana.
Quedaron
en que se verían dentro de un par de horas en el vestíbulo del hotel.
Si, el restaurante era pequeño y acogedor, la
cena fue deliciosa, hablaron de muchas cosas, de sus respectivos trabajos, de
las costumbres de sus lugares de origen y de las mil y una cosa que se le vino
a la mente a los dos.
La
noche terminó como debía de terminar, con broche de oro, en la habitación de él,
hasta altas horas de la madrugada.
Se
había quedado adormilada evocando lo vivido durante el último fin de semana de
sus vacaciones veraniegas.
Ella
había tenido relaciones amorosas en otras ocasiones pero nunca la habían amado,
ni había amado, con la pasión intensidad entusiasmo y frenesí, con que lo
hicieron durante aquellos inolvidables días veraniegos.
El
ring-ring del timbre de la puerta la sacó de su aletargamiento, y le hizo dar
un respingo en el sofá.
Se
extrañó mucho de que sonara el timbre de la puerta, primero porque ella no
esperaba visita alguna y segundo porque si hubiera quedado con alguna amiga o
amigo, nunca quedaban tan pronto, si no, algo más tarde pues aún no era hora de
ir a los restaurantes a cenar y mucho menos para que dieran comienzo los
espectáculos que tenían lugar en las distintas salas de fiestas que había en la
ciudad, que aunque pequeña, disponía de una buena colección de locales donde la
diversión estaba asegurada.
Se
termino de despejar mientras el timbre sonaba de nuevo con insistencia.
Se
levanto del sofá y echo un vistazo a la calle antes de decidirse a abrir la
puerta.
Con
asombro, pudo comprobar que en su plaza de parquin que siempre estaba vacía,
había estacionado un vehículo desconocido.
Se
dirigió hacia la puerta intrigada por lo que estaba sucediendo.
Así
que tomó la determinación de mirar primero por la mirilla y no quitar la cadena
que mantenía la puerta entreabierta hasta no estar segura de quien estaba detrás de la misma. Así lo hizo, pero
cuando atraves de mirilla vio la cara de quien había tocado el timbre, no solo
se extrañó, si no, que su asombro no tubo límites.
Se desperezó como
por ensalmo, una bonita sonrisa se dibujó en su boca y un rictus de alegría se
pintó en su rostro.
Quito el pestillo
dejando la cadena puesta para asegurarse de que quien estaba al otro lado de la
puerta era él, Luis, el mismo con el que estaba soñando hacia escasos momentos.
-Hola Ruth, me
alegro de volver a verte, no me esperabas ¿verdad?
Su voz la confirmó
que efectivamente, era la misma persona con la que había pasado aquellos
maravillosos e inolvidables días en España.
- ¡Luis! -exclamó
con sorpresa- ¿Tu por aquí? ¡Ni por asomo, te esperaba!
- ¿Puedo pasar?
Inquirió él.
- ¡Cómo no, Luis, ¡Cómo
no…!
Termino de franquear
la puerta, cerrándola de nuevo, cuando él la atravesó hacia el interior.
Sin mediar palabra,
lo mismo que aquel atardecer en la playa, se fundieron en un fuerte abrazo
mientras sus labios se unían en un apasionado e interminable beso.
Por la mente de Ruth pasaron de nuevo todos
los pensamientos que había revivido momentos antes, solo que ahora estaba
segura de que, de nuevo, se volverían a hacer realidad.
Se sonrió para sus
adentro, el día había sido triste y gris.
¡Pero la noche…!
Autor: Pera H.
Fecha: Noviembre 2019
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