LA LECHE DE BURRA
En estos tiempos modernos que vivimos,
la ciencia ha avanzado una barbaridad para procurarnos remedios a casi todas
las enfermedades y dolencias.
Remedios que en tiempos pasados
se desconocían, o simplemente, no se tenía acceso a ellos con la facilidad de
hoy en día.
En tiempos pasados, aunque no muy
lejanos, se debía de recurrir a los distintos productos que por sabiduría
popular, se aplicaban con el fin de curar o aminorar los efectos de las
peligrosas y alguna mortífera enfermedad que cualquier persona pudiera
contraer.
Los niños componían el arco de
población más vulnerables a las temidas enfermedades que por desgracias
abundaban en aquellos tiempos.
Una de las enfermedades que con
más saña atacaba a los niños de aquella época, era la tosferina, enfermedad
altamente contagiosa, que podía acarrear la muerte del niño que la contraía, o
bien dejarle graves secuelas de por vida, por eso los padres se afanaban en
usar cuantos remedios curativos estuvieran a su alcance, con el fin de
conseguir que su hijo sanara lo más rápidamente posible y que quedara en las
mejores condiciones de salud.
Una de las medidas que mejor
funcionaba y que lo padres que podían tomaban rápidamente, era el aislamiento,
separando al niño afectado del resto de sus hermanos, enviando a estos últimos
a casas de familiares cercanos y si era posible a algún pueblo cercano donde
estos familiares vivieran.
Par combatir esta enfermedad se
usaban cuantos remedios se conocían, tales como el poleo, la menta, los vapores
de eucaliptos… y otro menos conocido pero que también se decía que era bastante
eficaz: Uno de ellos era la leche de Burra, el cual no
era fácil de conseguir.
Ellos eran dos hermanos, dándose,
-por desgracia-, la circunstancia de que el más pequeño, contrajo la terrible y
temida tosferina.
Tratando de
impedir que el hermano mayor se contagiara de la enfermedad, decidieron
enviarlo a casa de sus abuelos paternos que trabajaban de vaquero en un cortijo
de una población vecina.
Durante todo el
periodo de tiempo que duró la enfermedad del pequeño, el mayor lo paso con los
abuelos, evitándose de esa forma el seguro contagio de la enfermedad.
Además de sus
abuelos, trabajaban en el cortijo una cuadrilla de operarios empleados en la
recolecta de la siembra, las mieses se llevaban con las carretas de la que
tiraban los bueyes a la era donde se trillaban, usando el trillo arrastrado por
una recua de mulos.
De una extensión
considerable, en el cortijo había dos caseríos, uno con una casa grande, donde
vivían los dueños, y otro, cuya casa era más pequeña, donde pernoctaban los
trabajadores temporeros y los que trabajaban durante todo el año en el cortijo.
Informados del
motivo por el que el niño se encontraba entre ellos, le prodigaban todos los
cuidados, mimos y cariño del que eran capaces, dándole cualquier cosa que al
niño se le antojara.
De la casa
grande, traían la comida del medio día en una burra, cesando la cuadrilla en
sus labores para comer el rancho con verdadero apetito.
El animal había
parido un burrito al que amamantaba, como ya hemos dicho con anterioridad, era
vox pópuli que su leche constituía un potente antídoto contra la tosferina.
Alguien sugirió,
que se ordeñara a la burra para darle a beber al niño la leche con la que se
inmunizaría contra la enfermedad
Dicho y hecho,
no fue fácil ordeñar la burra, entre unos cuantos la sujetaron por distintos
sitios, unos por las orejas, otros por el rabo, por el cuello, etc.
Casi la tuvieron que sostener en volandas, en
un pote pequeño de hojalata ordeñaron una considerable cantidad de leche, dándosela
a tomar al niño cosa que este hizo con verdadero deleite, por ser una leche
dulce y cremosa.
El niño quedo
de esta manera inmunizado, y no contrajo la enfermedad, no sabemos si fue por
efecto de la estupenda leche, o por haber estado aislado de otros niños.
Sea como fuere,
el que esto relata da fe fidedigna del sabor de dicha leche, ya que fue el que
la tomó, no habiendo probado una leche tan rica y sabrosa como aquella hasta la
fecha.
(Fragmento de capítulo VII del libro: Una Vida Dura y
Sencilla dedicado a Isabel Cabrera)
Autor: P.H.
Fecha: 1/2017
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