ESCENA 4ª
EN EL CORTIJO
Por motivos que no vienen al caso, -los explicaré en
otro momento- mis padres tomaron la decisión de mandarme una temporada al
cortijo donde habitaban mis abuelos Pedro y María.
Esta escena transcurre en dicho cortijo, donde mi
abuelo Pedro -padre de mi padre- estaba trabajando de vaquero y del que tengo
un recuerdo muy especial y al que con esta escena quiero rendirle el homenaje
que se merece.
Mi abuelo Pedro tenia un sexto sentido para tratar
con los animales y con el ganado vacuno, aun lo tenía más acentuado, su sexto
sentido lo convertía en uno más de la manada.
Este cortijo, que por cierto estaba ubicado en la
campiña de Jimena de la Frontera, de donde somos originarios.
Estaba encantado de estar allí, delante de la casa donde
vivamos, había un patio empedrado, me pasaba las horas jugando con lo que
me diera la gana y hasta que me diera la gana, no importaba si me ensuciaba más
o menos.
Mi abuela María me lavaba las manos y la cara tantas
veces como fuera necesario y por la tarde me daba el correspondiente baño en
aquel “baño” de zinc que eran los únicos que había para poder asearse
completamente.
Algunos días, acompañaba a mi abuelo en su quehacer
diario de llevar a pastar las vacas a los prados del cortijo.
Él concia perfectamente a cada una de ellas, y ellas
lo conocían a él también perfectamente.
Las tenías a todas bautizadas con su correspondiente
nombre, así que cuando alguna de ella se separaba de la manada más de lo
deseado, solo debía de gritar su nombre para que volviera a reintegrase a la
misma.
Normalmente el pastoreo transcurría sin
contratiempos, pero aquel día…
Aquel día las vacas… ¡“CUCARON”!
Todos sabemos – y si no lo saben, ya se lo digo yo-
que el ganado vacuno tiene la pezuña partida en dos dedos.
En tiempo de verano, que es cuando más proliferan
los insectos, se les mete entre los dedos un tipo de mosca que les hace mucho
daño, tanto que se vuelven incontrolables.
Mi abuelo se tuvo que multiplicar para poder seguir
teniendo controlada la manada.
Corría como un poseso alrededor de ella blandiendo
su bastón de vaquero al mismo tiempo, que a gritos iba reconduciendo la manada
hacia el rio que discurría por las tierras del cortijo, con el fin de que se
adentraran en el agua donde la mosca se ahogaría y por lo tanto, se acabara el sufrimiento de
aquellos pobres animales.
Yo lloraba y me mantenía alejado por orden
expresa de él, le seguí desde lejos mientras, que él no cejó ni un ápice, en su empeño de lograr su objetivo.
Cosa que consiguió y su esfuerzo se vio recompensado
con el alivio que proporciono a aquellos animales que en cierto modo eran sus
compañeras diariamente.
De esta escena
lo que me impactó fue, la destreza, el esfuerzo y el empeño, que aquel hombre
puso en realizar bien su trabajo, con el fin de liberar a aquellos animales de
su sufrimiento.
No la puedo olvidar, a pesar de que cuando
transcurrió contaba con unos seis o siete años.
Cuando me hice mayor, al recordarla, la conclusión a
la que he llegado es que, para conseguir algo en esta vida, siempre tienes que
poner empeño, esforzarte y emplear algo de destreza.
Si lo haces así, lograras tu objetivo, si no... ¡Fracasarás!
Autor: Pera H.
Fecha:
junio 2019
Y como supongo que mi padre no estará muy lejos de Él, se la dedico también.
Maldita mosca de caballo!!!
ResponderEliminarHola de nuevo. Diego, te reitero lo dicho en el comentario anterior y te repito las gracias, esto lo viví cuando era muy pequeño con mi abuelo QPD.
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