Este es el último
poema, de una serie de cuatro, en el que el maestro de poetas Federico García
Lorca, llora por la muerte de su amigo Ignacio, delante de su tumba, donde reposaran
para siempre sus restos, mientras su alma se ausenta hacia el cielo infinito de
la gloria donde no la conoce nadie.
Pero el
poeta continúa cantándole a su amigo por su arte, sus virtudes y su amistad.
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