viernes, 16 de septiembre de 2016

La Llave


Esto que os voy a contar sucedía inexorablemente, noche si, noche no, y la de en medio también.

    En el pueblo donde vivía, y hace mucho tiempo ya, había un taller de zapatería, cerca de la casa que habitaba con mi familia.

Este taller era zapatería por la mañana y taberna por la noche. Tanto la zapatería como la taberna la regentaba un señor del que no quiero recordar su nombre y cuya señora pongamos que se llamaba Bienvenida o como ustedes quieran llamarla.

 El matrimonio, porque estaban casados -en aquellos tiempos era imposible que convivieran una mujer y un hombre sin haber pasado por la vicaría, además era ilegal y te podían acusar de un delito de concubinato-  vivían en algún lugar de nuestro encantador pueblo.

Todos los días al atardecer, la señora se personaba en la zapatería/taberna con el fin de ayudar a su marido en los trabajos propios de la misma, principalmente, en todo lo concerniente a la elaboración de las sabrosas tapas con las que se tenía por costumbre acompañar los caldos procedentes de la excelente uva que se cosechaban y se cosechan en nuestro pueblo, y otros caldos traídos de distintos lugares de Andalucía.

Una vez finalizada la atención a cuantos clientes que habían tenido el placer de degustar los susodichos caldos con sus correspondientes tapas, llegaba la hora de proceder al cierre de la zapatería/taberna.

Siendo este el momento en el que daba comienzo el ritual nocturno que inexorablemente se repetía a diario.

     Cerraban las pesadas puerta de madera, con las que garantizaban la inaccesibilidad

al local propiamente dicho, estas a su vez, se aseguraban mediante la cerradura

accionada por una de aquellas pesadas llaves de hierro forjado con que se cerraba

la mencionada cerradura en la antigüedad.

      El marido, después de dar los giros necesarios a la llave le decía a la señora

“Bienvenida, cerrado” a lo que esta le contestaba afirmativamente.

      Acto seguido el hombre giraba la llave de la cerradura en sentido contrario

diciéndole a la señora “Bienvenida, abierto” y de nuevo asentía esta.

      Repetían la operación de forma continuada durante quince o veinte minutos

al cabo de los cuales se daban por satisfechos y emprendía el camino hacia su casa.

      Recorrían los primeros pasos hasta llegar a la altura de mi casa, desde donde volvían sobre sus pasos hasta la puerta de la taberna y de nuevo comenzaban el ritual de abrir y cerrar la cerradura de la puerta durante otro buen rato hasta que por fin se convencían de que habían echado la llave definitivamente.

A nosotros, que escuchábamos la función desde mi casa cada noche, nos hacía gracia la insistencia con que repetían una y otra vez la acción de cierre y apertura de la cerradura.

   Al final terminamos por acostumbrarnos a esa forma tampoco corriente de cerciorarse de que cerradura de la puerta había quedado asegurada y nadie podía tener acceso a la zapatería/taberna sin la pertinente llave.

Por supuesto que no adquirimos la costumbre tan particular de asegurarnos de que la cerradura de nuestra puerta estaba herméticamente cerrada con su correspondiente llave.

   Este es un hecho, más o menos gracioso, de los muchos que seguro que acontecían en nuestro pueblo a diario el cual relato para quede constancia y lo conozca también nuestros paisanos.



Auto: P.H.

3 comentarios: