martes, 26 de noviembre de 2019

El Agua del Arroyo



EL AGUA DEL ARROYO

Por la falda del monte

Baja por vaguadas y barrancos.

Fresca, cristalina y pura,

Saltando  de risco en risco

 Va la agüita del arroyo.

 Quita la sed al caminante

Cuando en el camino se cruzan.

Da vida a las bellas flores

Que embriagan el ambiente

Con sus fragancias y olores.

  Mientras lucen en primavera

Sus luminosos colores.

La agüita... ¡Va corriendo arroyo abajo! 

Su música de querubines

Resuena en toda la sierra,

Rompiendo el bello silencio

Que durante la noche reina.

Al amanecer el día,

Su sonido se armoniza

Con el canto de los pájaros,

  "Aposaos" en las ramas 

De los árboles de umbría.

Por el caminito asoma...

Mi serrana de ojos negros

Y cabellera morena.

Con su cántaro se acerca,

A la fuente que el arroyo

Con su agüita alimenta.

Con el cántaro ya lleno

Y con él en el cuadril, 

Con la gracia de la gacela

Retorna por el sendero.

 Y al verla con tal salero,

En las ramas de los arboles

¡Le van cantando los jilgueros!

Autor: Pera H.

Fecha: 11/2019


EN HONOR DE LAS MUJERES

Como se suele decir, mas vale tarde que nunca, por eso, aunque con un poco de retraso, tanto el autor como el recitador de esta poesía, queremos poner nuestro granito de arena en defensa de las mujeres en el día internacional contra la violencia de género.

domingo, 24 de noviembre de 2019

RECUERDO DE UN AMOR DE VERANO


RECUERDO DE UN AMOR DE VERANO

¡Por fin…! Exhaló un profundo suspiro de alivio.

Por fin había acabado aquella loca y complicada jornada de trabajo.

¡Por fin…! Había terminado aquel loco viernes y con él aquella no menos loca semana.

Ahora tocaba poner en práctica los planes de asueto y diversión urdidos con su grupo de amistades durante los días anteriores, siempre y cuando los caprichos de la naturaleza, no les impidieran llevarlos a cabo y precisamente las previsiones meteorológicas no eran muy halagüeñas que digamos.

Terminó de recoger los papeles que revoloteaba encima de su mesa y cerro su ordenador.

Se acercó a la ventana de su despacho y echó un vistazo al exterior para comprobar si el día gris que hacía cuando se incorporó a su trabajo, seguía manteniendo las mismas condiciones de lluvia y frio.

Efectivamente, las condiciones atmosféricas se mantenían inalterables, algo bastante normal en aquella época del año lo que por otra parte era algo inherente al lugar donde residía.

Ruth -es era su nombre- pasaba su vida y desarrollaba su trabajo en la pequeña y coqueta ciudad donde había nacido y crecido.

La pequeña ciudad, estaba enclavada en un frondoso valle al abrigo de las altas montañas, cuyas cumbres, lucían el blanco luminoso de la nieve acumulada a lo largo de los días de las estaciones de otoño e invierno y en más de una ocasión, durante el principio de la primavera.

No muy lejos del conjunto urbano de la ciudad, discurría un caudaloso rio, cuyas aguas servían para abastecer las necesidades acuíferas de sus habitantes, incrementándose su caudal aún más, si cabe, en la época veraniega, como consecuencia del deshielo provocado por el calentamiento de los tímidos rayos de sol que lucían durante la estación veraniega.

No obstante, la vida de Ruth, no solo se circunscribía a aquel pequeño núcleo urbano. 

Si no, que unas veces por motivos de su trabajo y otras por motivos de placer, realizaba frecuentes viajes a otros lugares del planeta donde conocía otras culturas y personas que entendían la vida y su forma de vivirla, de manera diferente a lo que ella y sus vecinos estaban acostumbrados.

Una vez comprobado que su suposición era cierta, y que la lluvia tras un ligero paréntesis, continuaba cayendo con persistencia y suavemente sobre la ciudad,  y que en el cielo se mantenía el monótono color gris oscuro que lucía cuando se incorporó al trabajo, se separó de la ventana soltando las lamas de la persiana veneciana que protegía el despacho de las indiscretas miradas del exterior.

Con un mohín de disgusto, reflejado en su cara ya que tenía la esperanza de que la tarde no fuera tan desapacible encaminó sus pasos hacia el vestuario donde se ubicaban las taquillas destinadas a guardar las prendas de complemento necesarias para soportar las inclemencias de días como el presente. 

 Se quitó sus elegantes zapatos de tacón medio guardándolos en un compartimento de su bolso dispuesto exprofeso para tal fin, calzándose unas no menos elegantes botas de color blanco y también con un ligero tacón apropiadas para poder andar cómodamente sin sufrir las molestias de la pertinaz lluvia.

Completaba su atuendo una manta de agua igual de elegante, que cumplía la función de chubasquero a la perfección.

Así mismo, se colocó su gorro de piel y su bufanda de lana, ya que presumía que en el exterior la temperatura no sería nada agradable.

Convenientemente equipada y portando en su mano el correspondiente paraguas, se dispuso a salir de la oficina para dirigirse hacia su coqueto apartamento ubicado en un barrio tranquilo y residencial no muy lejano.

Su medio de transporte solía ser una motocicleta de pequeña cilindrada que cubría sus necesidades de desplazamiento por la ciudad, aunque en días como aquel prefería utilizar el transporte público, que era bastante eficiente y que la dejaba cerca de su domicilio.

 Veinte minutos más tarde, se encontraba sacudiendo su paraguas debajo del pequeño porche de su apartamento.

Franqueó la entrada del compartimento lateral con que todos aquellos apartamentos estaban equipados.

En él, había instalado una especie de armario con un recogedor de agua en la parte inferior con el fin de poder dejar allí el equipo de protección contra la lluvia.

Se desprendió de las prendas antilluvia y frio depositándolas en el interior de este armario, a la par que se calzaba las cómodas babuchas morunas de andar por casa que había adquirido en uno de sus placenteros viajes. Observó que su motocicleta estaba en la plaza de aparcamiento del jardín, tapada con su funda que la resguardaba del temporal.

El jardinero había tenido la deferencia de protegerla.

Ella, cuando se marchó al trabajo aquella mañana, tomó la decisión de no usarla.

 Ya suponía que las condiciones atmosféricas no serían las más idóneas para ello. 

 Por falta de tiempo no se quiso pararse a colocarle la funda.

Tomó nota de la acción llevada a cabo por aquel buen señor, para agrádeselo como correspondía la próxima vez que hablara con él.

Acto seguido, abrió la puerta principal y al traspasarla sintió la agradable temperatura reinante en el interior de su acogedor apartamento… ¡Hogar… dulce hogar!

Después de haber vuelto a cerrar la puerta tras de sí colgó el bolso en el perchero del recibidor y sacó los zapatos que había guardado en el al salir del trabajo.

Con ellos en la mano encaminó sus pasos hacia la parte superior del apartamento, donde estaban ubicados los dormitorios y los correspondientes baños.

Ardía en deseos de desnudarse y tomar un relajante y cálido baño.

Se fue desnudando mientras sentía como el agua iba llenando la bañera y el vapor empezaba a empañar los vidrios de la ventana. 

Sumergió su bien torneado cuerpo en el agua y sintió un placer inmenso que la llevó a relajarse profundamente disfrutando de la suave temperatura y la fragancia de las sales que había vertido en la bañera para que tonificaran su piel.

Hubiera estado allí tumbada una eternidad, pero al cabo de unos quince o veinte minutos, su estómago empezó a reclamarle algún alimento que paliara la incipiente hambre que empezaba a sentir.

No le quedó otra que -muy a su pesar- salir de la bañera y secarse para colocarse el albornoz y cepillarse el pelo.

Mientras lo hacía, se contempló en el espejo, y lo que vio le gustó.

Ruth sabía muy bien su edad, esa edad en que las mujeres están en la plenitud de su esplendor. Ya no era la jovenzuela imberbe veinteañera sin experiencia, ni aun había llegado al momento en que decían que la mujer empezaba a perder sus encantos, ella sabía que era una mujer hermosa y se sentía muy orgullosa de serlo, le costaba sus sacrificios pero merecía la pena. 

Sus piernas se mantenían firmen, su piel tersa y suave, su cintura ya no era la de avispa de cuando era jovencita, pero tampoco era una cintura inabarcable, sus senos se mantenían erguidos sin necesidad del famoso Wonderbra aunque ella lo usaba cuando la ocasión lo requería.

En caso contrario usaba el modelo de prenda que usaría normalmente cualquier otra mujer de su edad.

Su estómago empezaba a cabrearse, así que soltó el cepillo en el tocador, terminó de colocarse el albornoz y calzándose con uno gruesos calcetines de lana, bajo a la cocina para prepararse un tentempié y una taza de café caliente. Las babuchas las dejó en el mueble del recibidor para ponerla en el del exterior al día siguiente cuando se marchara a trabajar.

Esa sería su merienda, la cena se la prepararía dentro de un rato y si por la noche, el tiempo había mejorado igual iba a cenar al acogedor restaurante que había cerca de su casa.

Envuelta en su suave alborno y andando solo calzada con sus gruesos calcetines de lana. 

Portando en una mano la humeante taza de aromático café y en la otra el shawish que se acababa de preparar, se acercó a la ventana y observó que las gotas de lluvia aun continuaban cayendo rítmicamente y con suavidad persistente sobre el vidrio de la ventana y resbalaban por él hasta precipitarse al suelo.

Sin saber porque, de pronto se sintió nostálgica, quizás por haberse empañado el vidrio con el vaho de su respiración y la fragancia desprendida de la taza de café.

Quizás debido a esa nostalgia, fue la que le impulsó, a dibujar el clásico corazón atravesado por la flecha de Cupido, con el dedo índice de su mano derecha - después de haber soltado la taza de café sobre el alféizar - en el vidrio de la ventana.  

Dejó caer la cortina, que había apartado ligeramente y se acomodó en su adorado sofá frente a la chimenea de gas que ardía lanzando al aire sus llamas que dibujaban caprichosas siluetas.

Su melancolía iba en aumento a la par que crecía el recuerdo de lo acontecido en los últimos días de sus no muy lejanas vacaciones anuales.

Terminó su shawish, su café y acabó de tumbarse en el sofá, de la mesita auxiliar que había delante del mismo, tomó el libro que estaba leyendo y que la tenía entusiasmada.

Se refería las tribulaciones en que estaba envuelta una mujer asiática que se encontraba presa entre la tradicional forma de entender la vida de su familia oriental y la forma de verla de su marido educado según las normas occidentales.

Ella no tenía ese tipo de problema, se tenía por una mujer moderna, liberada de toda atadura o compromiso que coartara su libertad.

No era ninguna mojigata de esas que parecían que nunca habían roto un plato, si bien, en su ciudad mantenía un prudente tren de vida, sin por ello dejar de salir a alternar con sus amistades en los momentos que encartaba hacerlo.

Cuando salía de viaje sea por motivos de trabajos o por placer, provechaba las ocasiones que se presentaran para disfrutar de todos los placeres de la vida, ya que pensaba que el disfrutar de ellos, era algo inherente a las personas. 

Intentaba enfrascarse en la lectura sin conseguirlo, puesto que sus pensamientos volaban una y otra vez a aquella playa del sur donde había pasados sus vacaciones el último verano.

 Ya llevaba unos años pasando sus vacaciones en las costas andaluzas, desde que las visitó por vez primera había quedado enamorada de aquellas playas de aguas transparentes y de color turquesa, de aquel luminoso sol que junto con el paisaje brindaba unos atardeceres de ensueño de su gastronomía, sus alegres y coloridas fiestas y la pasión con que los lugareños las vivían.

 La sencillez de su gente, su simpatía y el buen recibimiento que daban a cuantas personas se dignaran visitar aquellas tierras, la habían terminado de conquistar.

Eran todas esas cosas, las que habían hecho que se enamorara de aquellos lugares perdidamente, así que solo faltaron los acontecimientos amorosos vividos durante las últimas vacaciones, para no poder apartar sus pensamientos de aquellas luminosas tierras.

Cuando, como en aquellos momentos, se encontraba tranquila y relajada en la intimidad de su hogar.

En ocasiones anteriores había visitado las hermosas playas de Huelva y Cádiz, lugares donde había empezado su admiración por aquellos parajes, este último verano le había tocado el turno a la provincia de Málaga y su Costa del Sol.

Maravillosas, simplemente maravillosas, así habían transcurrido aquellas vacaciones, disfrutando a tope en cada ocasión de las delicias que brindaba aquel emplazamiento tan esplendido.

Fueron geniales y se cerraron con broche de oro.

Por supuesto que no era la primera vez que había mantenido un encuentro amoroso con un hombre, ni sería la última, o al menos eso esperaba.

Sin atender en absoluto la lectura del libro que tenía en sus manos, su pensamiento volaba una y otra vez hacia la playa de aquel pequeño y acogedor pueblo malagueño.

Muy concretamente a los acontecimientos ocurridos cuando sus vacaciones estaban cercanas a su fin.

Cerró los ojos y reclinando el libro contra su pecho, dejó que su mente volara hacia aquellos momentos de pasión y placer.

Las imágenes en su imaginación se sucedían mucho más rápidas que los acontecimientos vividos en aquella bella y casi solitaria playa.

Era una tarde como otra cualquiera, pero iba a dejar de serlo pronto.

A ella, le encantaba sentarse en la orilla, con el agua humedeciendo sus pies, mientras contemplaba la caída del sol tras el horizonte.

En el cielo estallaba una luz de fuego color rojo anaranjado, que se reflejaba en las aguas turquesas del mar y el astro Rey se iba escondiendo lentamente, dando paso a la mortecina oscuridad de la noche.

La suave brisa marinera aligeraba su temperatura acariciando su cuerpo para hacerla sentir cual sirena recién salida del agua. 

En una tarde cualquiera, en ese momento se ponía de pie recogía su toalla, su bolsa playera, su pamela y su fular emprendiendo el camino de vuelta a su hotel.

Aquella tarde no fue una tarde más, no lo fue, porque cuando aún faltaba un rato para que el atardecer declinara por completo, por uno de los extremos de la cala lo vio aparecer.

Le llamó poderosamente la atención la presencia de aquel desconocido, seguía hoy en día sin saber por qué fue, era algo que no le había sucedido nunca hasta aquella tarde. Ella que presumía de estar de vuelta y media de todas o casi todas las circunstancias de la vida, en aquel momento, la aparición de aquella figura masculina paseando lentamente por la playa, le había impactado hasta el punto de dejarla con una sensación desconocida hasta aquel momento.

No era una sensación de alarma o temor ante la presencia de alguien en la ya solitaria playa, no, eso no le inquietaba en absoluto.

Ella estaba preparada para repeler cualquier ataque hacia su persona, era una verdadera experta en el arte de la defensa personal.

El desconocido se sentó a unos metros de ella y también contemplaba el maravilloso espectáculo de la puesta del sol.

Sin dirigirse a ella en absoluto, por lo que continuó absorta en los colores que empezaban a teñir el horizonte, no obstante, disimuladamente su furtiva mirada se desviaba de vez en cuando hacia el desconocido sin que ella lo pudiera evitar.

Cuando terminó el grandioso espectáculo ambos se pusieron de pie, dispuestos a marcharse hacia sus respectivos aposentos.

El desconocido la saludó con una leve inclinación de cabeza a la que ella contesto con una también, leve sonrisa.

Con estudiada lentitud, empezó a recoger sus cosas para ponerse de pie, al mismo tiempo que a hurtadillas volvía a dirigir su velada mirada para espiar los movimientos del desconocido, observando que este ya se había levantado y se dirigía hacia ella.

Inevitablemente se puso en tensión dispuesta a repeler el posible ataque que intentara aquel individuo contra su persona. 

Al cabo de unos momentos su temor se diluyo ya que el desconocido al llegar a su altura le tendió su mano gentilmente para ayudarla a incorporarse, mientras en sus labios brillaba una tenue sonrisa.

-Soy Luis, se presentó, vengo de un pueblo de la Serranía Rondeña. Me entusiasma estas puestas de sol tan maravillosas y cuando tengo ocasión me vengo a este lugar para contemplar las.

Si había albergado algún temor, este desapareció como por arte de magia al escuchar la voz suave y tranquila de Luis. Aceptó su mano sin vacilar y una vez puesta de pie también ella se presentó.

-Yo soy Ruth, estoy de vacaciones y también me encanta contemplar estas imponentes puestas de sol.

Se anudó su fular playero a la cintura e iniciaron ambos un lento paseo por la playa a esa hora casi desierta.

Casi sin darse cuenta se cogieron suavemente de la mano llegaron pronto al final de la playa, ya que era una pequeña cala al abrigo de dos espigones naturales en ambos extremos.

Se dieron la vuelta para volver sobre sus pasos, al quedar frente a frente, sus miradas se juntaron brillando en la tenue oscuridad como dos estrellas fulgurantes.

Sin necesidad de hablar ella alzó sus brazos hasta el cuello de él, mientras, Luis enlazaba su cintura, sus labios se unieron en un largo y apasionado beso.

A ella nunca la habían besado así, sintió que su corazón latía a un frenético ritmo, que le abandonaban sus fuerzas sin poder hacer nada por evitarlo…

Él la sujetó con fuerza y poco a poco fue doblando sus rodillas hasta que estuvieron tumbados sobre la arena.

Se besaron, acariciaron y amaron con incontenible pasión durante largo rato.

La luna reflejándose en el mar fue el único testigo de su acalorada pasión, a la que dieron suelta sin más freno que el de sus deseos de amarse mutuamente.

Quedaron exhaustos sobre la arena, la desnudez de sus cuerpos sudorosos resaltaba bajo la brillantez de la luna.

Él fue a decir algo, pero ella le tapó la boca con la mano  mirándolo con una sonrisa de felicidad en su semblante.

-Creo que lo mejor sería que nos diéramos un baño y nos marchemos para nuestros respectivos aposentos, comentó Ruth.  

-Si, será lo mejor, contestó Luis al mismo tiempo que se incorporaba ayudándola a hacer lo mismo.

Corrieron hacia el agua, cogidos de la mano y riendo a mandíbula batiente.

En el agua de nuevo se besaron con pasión y hubieran continuado durante toda la noche si ella no hubiera puesto un poco de cordura en aquellos momentos.

-Vamos que me van a cerrar la cocina del hotel y me quedaré sin cenar, comentó riendo Ruth.

-No te preocupes por eso, hay un pequeño restaurante, que está abierto hasta muy tarde y se come muy bien, dijo Luis.

-De acuerdo, pero tendremos que asearnos y ya sabes, las mujeres no podemos salir a la calle de cualquier manera. 

Iniciaron el camino de vuelta al hotel donde dio la casualidad de que se alojaban ambos, no siendo raro que no se hieran visto, ya que él explicó durante el camino que había llegado aquella misma mañana.

Quedaron en que se verían dentro de un par de horas en el vestíbulo del hotel.

 Si, el restaurante era pequeño y acogedor, la cena fue deliciosa, hablaron de muchas cosas, de sus respectivos trabajos, de las costumbres de sus lugares de origen y de las mil y una cosa que se le vino a la mente a los dos.

La noche terminó como debía de terminar, con broche de oro, en la habitación de él, hasta altas horas de la madrugada.

Se había quedado adormilada evocando lo vivido durante el último fin de semana de sus vacaciones veraniegas.

Ella había tenido relaciones amorosas en otras ocasiones pero nunca la habían amado, ni había amado, con la pasión intensidad entusiasmo y frenesí, con que lo hicieron durante aquellos inolvidables días veraniegos. 

El ring-ring del timbre de la puerta la sacó de su aletargamiento, y le hizo dar un respingo en el sofá.

Se extrañó mucho de que sonara el timbre de la puerta, primero porque ella no esperaba visita alguna y segundo porque si hubiera quedado con alguna amiga o amigo, nunca quedaban tan pronto, si no, algo más tarde pues aún no era hora de ir a los restaurantes a cenar y mucho menos para que dieran comienzo los espectáculos que tenían lugar en las distintas salas de fiestas que había en la ciudad, que aunque pequeña, disponía de una buena colección de locales donde la diversión estaba asegurada.

Se termino de despejar mientras el timbre sonaba de nuevo con insistencia.

Se levanto del sofá y echo un vistazo a la calle antes de decidirse a abrir la puerta.

Con asombro, pudo comprobar que en su plaza de parquin que siempre estaba vacía, había estacionado un vehículo desconocido.

Se dirigió hacia la puerta intrigada por lo que estaba sucediendo. 

Así que tomó la determinación de mirar primero por la mirilla y no quitar la cadena que mantenía la puerta entreabierta hasta no estar segura de quien estaba detrás de la misma. Así lo hizo, pero cuando atraves de mirilla vio la cara de quien había tocado el timbre, no solo se extrañó, si no, que su asombro no tubo límites.

Se desperezó como por ensalmo, una bonita sonrisa se dibujó en su boca y un rictus de alegría se pintó en su rostro.

Quito el pestillo dejando la cadena puesta para asegurarse de que quien estaba al otro lado de la puerta era él, Luis, el mismo con el que estaba soñando hacia escasos momentos.

-Hola Ruth, me alegro de volver a verte, no me esperabas ¿verdad?

Su voz la confirmó que efectivamente, era la misma persona con la que había pasado aquellos maravillosos e inolvidables días en España.

- ¡Luis! -exclamó con sorpresa- ¿Tu por aquí? ¡Ni por asomo, te esperaba!

- ¿Puedo pasar? Inquirió él.

- ¡Cómo no, Luis, ¡Cómo no…!  

Termino de franquear la puerta, cerrándola de nuevo, cuando él la atravesó hacia el interior.

Sin mediar palabra, lo mismo que aquel atardecer en la playa, se fundieron en un fuerte abrazo mientras sus labios se unían en un apasionado e interminable beso.

 Por la mente de Ruth pasaron de nuevo todos los pensamientos que había revivido momentos antes, solo que ahora estaba segura de que, de nuevo, se volverían a hacer realidad.

Se sonrió para sus adentro, el día había sido triste y gris.

¡Pero la noche…!

Autor: Pera H.

Fecha: Noviembre 2019