lunes, 23 de diciembre de 2019

FELICITACIÓN AL CIELO 2019


FELICITACIÓN AL CIELO 2019

Barcelona 23 de diciembre de 2019

Queridos padres: me alegrare que, a la llegada de esta a vuestro poder, allá donde estén, se encuentren bien, nosotros estamos bien, gracias a Dios.

Ya sé mamá, ya sé que lo primero que tengo que hacer es pediros perdón una vez más por mi tardanza en escribirles, les digo lo de siempre, que ustedes ya saben lo perezoso que soy para escribir y como siempre también sé que ustedes me perdonaran y les alegrará saber de nosotros.

Lo segundo que tengo que hacer es daros las gracias, sí, las gracias por todo cuanto nos habéis dado, por vuestro cariño, por vuestros sacrificios infinitos para que no nos faltara lo mas elemental en nuestra vida, algo que siempre hicisteis sin tregua ni descanso.

Gracias por todo eso y por perdóname una vez mas mi pereza para escribiros.

Bueno, no es para deciros todo esto -que ustedes ya lo saben de sobra-por lo que os escribo estas cuatro letras. Les pongo estas cuatro letras para felicitaros por estas fiestas tan señaladas, durante las cuales os añoramos mucho mas que cualquier otro día.

Así que estén donde estén reciban nuestra más afectuosa felicitación y nuestro más entrañable abrazo el cual hacemos extensivo a cuantos familiares, amigos y vecinos estén junto a ustedes.

Mamá, tengo muchas cosas que contarles, la primera es que ya son bisabuelos de nuevo otra vez, en esta ocasión han sido su nieto David y su compañera Rosa los que nos han hecho el bendito regalo de traernos a Bruno, un hermoso niño con un pelo moreno y unos ojos claritos que parecen dos luceros mañaneros.

No se pueden imaginar cómo están ambos de ilusionados y contentos, al David no lo había yo visto nunca tan contento, va a ser un gran padre. Es que tiene a quien parecerse, ¡A su abuelo que también fue un gran padre! Les mando una foto de Bruno para que lo conozcan, así que ya Eloi tiene un primito.

De Eloi todo lo que le diga es poco, ya está hecho un hombrecito, ¡Y sabe más que los ratones coloraos! Si, ya anda y empieza a hablar, ¡Nos hace una gracia…! Coge el teléfono y se lo pone en la oreja y empieza a llamar a su mamá y con su papá es una locura lo que tiene, cuando su padre lo viene a buscar y pica al timbre, sale disparado el pasillo corriendo hacia la puerta. Cuando hace alguna trapisonda se pone las manitas en la cabeza y se te queda mirando como diciendo… ¡Ay, la que he liado! En fin, que cada día está mas gracioso y es más travieso.

Otra novedad importante que les tengo que contar, es que su nieto Santi convive con una chica, ella ya tiene hijos, es extranjera, pero no nos importa su lugar de procedencia, lo importante es que sean felices, tanto ellos, como sus hijos.

Y la verdad es que sí, se les ve muy contentos a todos, siempre están riéndose los dos, ella y él, así que nosotros también estamos contentos de verlos a ellos tan alegres.

De José María, Aurora y sus hijos poco les puedo contar, ¡Estamos tan lejos…! Nos vamos llamando y ellos dicen que están bien, ya está también jubilado, a ver si podemos ir para la Semana Santa a verlos y pasar el toro, que hace muchos años que no lo veo, aunque dice José María que ya no es como antes.

¡Ah! El Gordo de la lotería tampoco nos ha tocado este año, a ver si el año que viene nos toca el del Niño, que yo creo que ya va siendo hora de que nos toque a nosotros. ¿No le parece? 

Bueno, sin más por ahora, me despido de ustedes mandándole nuestros mas cariñosos y fuertes abrazos y besos para usted y papá, de sus hijos que lo son: Pedro, Carmen, David, Santi e Ismael y de sus bisnietos Eloi y Bruno.

martes, 17 de diciembre de 2019

A MI NIETO BRUNO POR SU PRIMERA NAVIDAD





VILLANCICO PARA MI NIETO BRUNO 
EN SU PRIMERA NAVIDAD

Dime niño de quién eres
Todo vestidito de azul.
Soy de Rosa y de David
Por que así lo quiso Dios.

Dime tu como te llamas,
Que yo lo quiero saber.
Yo me llamo Bruno
Para servir a Dios y a usted.


 Que suenen con alegría
Los canticos en esta casa
Por qué ha venido Bruno
 A celebrar la Nochebuena.

Hola Bruno bienvenido
A tu primera Navidad.
Que juntos celebraremos
En armonía, amor y paz.



Dime niño que deseas
Para podértelo dar.
Lo que ya tienes seguro
Es el cariño de tus padres
Y el calor de tus abuelos
Con el que siempre…
 ¡Te arroparemos!

Que suenen con alegría 
Los canticos en esta casa
Que Bruno nos ha traído
¡La felicidad y la gracia!
Autor: Pera H.
Fecha: diciembre 2019


martes, 10 de diciembre de 2019

EL EMBARGO



EL EMBARGO  
En este poema Gabriel y Galán nos narra la historia de un hombre pobre y trabajador, frente a las vicisitudes del embargo, que sufre como consecuencia de la enfermedad de su mujer que a pesar de gastar todo cuanto ganaba con su trabajo, no consigue que ella sobreviva a la enfermedad contraída. 
Y al no poder hacer frente a sus compromisos le embargan todos sus bienes, algo que a él no le importa en absoluto, ya que habiendo perdido a su compañera, que era la que le daba sentido a su vida todo le da igual.
Y solo le importa conservar el lecho donde ambos fueron felices, algo que bajo ningún concepto esta dispuesto a perder.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

VERGÜENZA AJENA


VERGÜENZA AJENA

CARTA ABIERTA A LOS/AS SEÑORES/AS DIPUTADOS/AS ESPAÑOLES/AS DE LA XIV LEGUISLATURA

  4/12/2019

    Buenos días, Señoras y Señores Diputados.

Muy señores/as míos:

Me tomo la libertad de dirigirme a Sus Señorías, invocando, el que creo, que es mi derecho a expresarme libremente, derecho que por suerte está recogido, si no me equivoco, en el Art. N.º 20 de nuestra Constitución, promulgada en el año 1978, que, por cierto, respaldó por abrumadora mayoría -yo entre ellos- el pueblo español hace cuarenta años, cuarenta y uno el próximo día seis del mes en curso.

Señoras y Señores diputados:

En primer lugar, permítanme que de las gracias.

Quiero dar mis más expresivas gracias, al Sr. Diputado que ha ejercido de Sr. presidente de la Mesa de Edad en la sección de Constitución de la presente Legislatura. Ese sr. mayor de pelo y barba blanca, que ha tenido la dignidad suficiente, la honradez y la valentía de pedirnos perdón por la torpeza de los Sres./as. Diputados/as de la anterior legislatura, que no fueron capaces de llevar a buen término la tarea encomendada por el pueblo español.
Gracias Sr. Diputado por su gesto, que demuestra que es usted digno de la confianza que hemos depositado en usted.

Señoras y Señores Diputados:

He titulado esta carta, “VERGÜENZA AJENA”, lo he hecho con esas palabras, porque ese ha sido mi sentimiento, al observar atraves de los medios de comunicación las escenas acontecidas durante la constitución del Congreso de España.

Escenas tan bochornosas, como la de una secretaria leyendo los nombres de personas, que en absoluto habían sido elegidas en representación a nadie, ¡Que falta de respeto a todos los elegidos! Y no solo a ellos si no, al mismísimo presidente de la Cámara y a todos los españoles, ¿Acaso se piensa esta Sra. Diputada que no sabemos elegir a nuestros representantes? O... ¿Es que cree que tenemos que elegir a los que a ella le sean de su agrado? O... ¿También cree que nos tiene que decir, a quienes tenemos que elegir? No, Sra. Diputada, no, elegimos a los que creemos conveniente, ya que, por suerte, tenemos libertad para ello.

Y por muchos nombres de delincuentes que usted lea, no nos va a hacer cambiar de parecer. Lo que no he entendido, por qué solo se limitó usted a leer cuatro o cinco nombre. ¡Con lo pródiga que ha sido la política española en los últimos tiempos en este tipo de personajes!

Que por desgracia para todos, han abundado y… ¡Mucho!

Sra. Ser. Diputadas/os:

Otro hecho que causa vergüenza ajena, al menos a mí, amen de las carreras y discusiones por ocupar el escaño que más les gusta, cual niño al llegar a la clase, mirando de sentarse lo más próximo posible a la maestra, ha sido el momento del juramento del cargo, si, ya sé que la Constitución permite agregarle coletillas de todo tipo, según le parezca a cada uno por sí.

Pero, a mi modesto entender, el acto de un juramento es lo suficientemente serio y solemne como para hacerlo con la máxima seriedad y rigor, mostrando toda nuestra ética y dignidad al hacerlo.

Cosa que pienso que no han hecho muchos de las/los Sras.  y Sres. Diputadas/os, que solo juraban por lo que a ellos les parecía bien, sin tener en cuenta, que ese cargo, lleva implícito la representación de todos y absolutamente todos los españoles, no solo la representación del grupo minoritario de electores que los ha elegido a ellos. Y digo grupo minoritario, porque, en el mejor de los casos, los que han elegido a estos Sres./as Diputados/as, son un porcentaje del 2,5% de la totalidad de los que tenemos derecho al voto, según nuestra legislación vigente.

Por eso me parece una falta de respeto al resto de los electores que estos/as Sres./Sra. Diputados/as, juren el cargo solo cómo y por lo que a ellos les dé la gana menospreciándonos a todos los demás.

Aunque lo podría llegar a entender, ¡Haciendo un esfuerzo!, pero bueno…

Lo entendería, si al llegar el fin de mes y con él, la hora de recibir sus nóminas mensuales, el importe de estas, ascendiera al montante en razón al porcentaje de los votos recibidos.

Si, ya sé lo que me va a decir. Hacer eso seria discriminarle a usted, respecto al resto de diputados mayoritarios y, por ende, a sus electores. Pero… ¿No está usted, Sr./as Diputado/a, cuando hace su particular juramento discriminando al resto de electores, por los que usted no jura?

La pregunta que yo le haría es la siguiente: ¿Acaso su principesco sueldo se lo pagan solamente sus electores? 

Tengo entendido que no, que, a todos ustedes, Sra. y Sres. Diputadas/os, su principesco sueldo se lo pagamos entre todos los que componemos este bendito Estado llamado España, tanto personas físicas como jurídicas en forma de impuestos.

Por estos hechos y otros muchos que se me quedan en el tintero ya que de enuméralos todos, harían que esta misiva fuera interminable, es por lo que ¡SIENTO VERGÜENZA AJENA!

Sin más por ahora, me despido de sus Señorías, deseándole fervientemente que realicen su labor lo mejor que sepan y puedan, pues ello redundará, sin duda alguna, en beneficio de nuestro Estado del Bienestar.

Les pido disculpas por anticipado, Sra. Sres. Diputados/as, si con estas humildes letras han podido llegar a sentirse ofendidos. No ha sido esa mi intención, ya que solo he pretendido -como digo al principio- expresar libremente mis sentimientos.

Quedando a su entera disposición.

Reciban mi más cordial saludo.

Que Dios, o quien sea, tenga a bien guardarles durante muchos años.



Pera H.


martes, 26 de noviembre de 2019

El Agua del Arroyo



EL AGUA DEL ARROYO

Por la falda del monte

Baja por vaguadas y barrancos.

Fresca, cristalina y pura,

Saltando  de risco en risco

 Va la agüita del arroyo.

 Quita la sed al caminante

Cuando en el camino se cruzan.

Da vida a las bellas flores

Que embriagan el ambiente

Con sus fragancias y olores.

  Mientras lucen en primavera

Sus luminosos colores.

La agüita... ¡Va corriendo arroyo abajo! 

Su música de querubines

Resuena en toda la sierra,

Rompiendo el bello silencio

Que durante la noche reina.

Al amanecer el día,

Su sonido se armoniza

Con el canto de los pájaros,

  "Aposaos" en las ramas 

De los árboles de umbría.

Por el caminito asoma...

Mi serrana de ojos negros

Y cabellera morena.

Con su cántaro se acerca,

A la fuente que el arroyo

Con su agüita alimenta.

Con el cántaro ya lleno

Y con él en el cuadril, 

Con la gracia de la gacela

Retorna por el sendero.

 Y al verla con tal salero,

En las ramas de los arboles

¡Le van cantando los jilgueros!

Autor: Pera H.

Fecha: 11/2019


EN HONOR DE LAS MUJERES

Como se suele decir, mas vale tarde que nunca, por eso, aunque con un poco de retraso, tanto el autor como el recitador de esta poesía, queremos poner nuestro granito de arena en defensa de las mujeres en el día internacional contra la violencia de género.

domingo, 24 de noviembre de 2019

RECUERDO DE UN AMOR DE VERANO


RECUERDO DE UN AMOR DE VERANO

¡Por fin…! Exhaló un profundo suspiro de alivio.

Por fin había acabado aquella loca y complicada jornada de trabajo.

¡Por fin…! Había terminado aquel loco viernes y con él aquella no menos loca semana.

Ahora tocaba poner en práctica los planes de asueto y diversión urdidos con su grupo de amistades durante los días anteriores, siempre y cuando los caprichos de la naturaleza, no les impidieran llevarlos a cabo y precisamente las previsiones meteorológicas no eran muy halagüeñas que digamos.

Terminó de recoger los papeles que revoloteaba encima de su mesa y cerro su ordenador.

Se acercó a la ventana de su despacho y echó un vistazo al exterior para comprobar si el día gris que hacía cuando se incorporó a su trabajo, seguía manteniendo las mismas condiciones de lluvia y frio.

Efectivamente, las condiciones atmosféricas se mantenían inalterables, algo bastante normal en aquella época del año lo que por otra parte era algo inherente al lugar donde residía.

Ruth -es era su nombre- pasaba su vida y desarrollaba su trabajo en la pequeña y coqueta ciudad donde había nacido y crecido.

La pequeña ciudad, estaba enclavada en un frondoso valle al abrigo de las altas montañas, cuyas cumbres, lucían el blanco luminoso de la nieve acumulada a lo largo de los días de las estaciones de otoño e invierno y en más de una ocasión, durante el principio de la primavera.

No muy lejos del conjunto urbano de la ciudad, discurría un caudaloso rio, cuyas aguas servían para abastecer las necesidades acuíferas de sus habitantes, incrementándose su caudal aún más, si cabe, en la época veraniega, como consecuencia del deshielo provocado por el calentamiento de los tímidos rayos de sol que lucían durante la estación veraniega.

No obstante, la vida de Ruth, no solo se circunscribía a aquel pequeño núcleo urbano. 

Si no, que unas veces por motivos de su trabajo y otras por motivos de placer, realizaba frecuentes viajes a otros lugares del planeta donde conocía otras culturas y personas que entendían la vida y su forma de vivirla, de manera diferente a lo que ella y sus vecinos estaban acostumbrados.

Una vez comprobado que su suposición era cierta, y que la lluvia tras un ligero paréntesis, continuaba cayendo con persistencia y suavemente sobre la ciudad,  y que en el cielo se mantenía el monótono color gris oscuro que lucía cuando se incorporó al trabajo, se separó de la ventana soltando las lamas de la persiana veneciana que protegía el despacho de las indiscretas miradas del exterior.

Con un mohín de disgusto, reflejado en su cara ya que tenía la esperanza de que la tarde no fuera tan desapacible encaminó sus pasos hacia el vestuario donde se ubicaban las taquillas destinadas a guardar las prendas de complemento necesarias para soportar las inclemencias de días como el presente. 

 Se quitó sus elegantes zapatos de tacón medio guardándolos en un compartimento de su bolso dispuesto exprofeso para tal fin, calzándose unas no menos elegantes botas de color blanco y también con un ligero tacón apropiadas para poder andar cómodamente sin sufrir las molestias de la pertinaz lluvia.

Completaba su atuendo una manta de agua igual de elegante, que cumplía la función de chubasquero a la perfección.

Así mismo, se colocó su gorro de piel y su bufanda de lana, ya que presumía que en el exterior la temperatura no sería nada agradable.

Convenientemente equipada y portando en su mano el correspondiente paraguas, se dispuso a salir de la oficina para dirigirse hacia su coqueto apartamento ubicado en un barrio tranquilo y residencial no muy lejano.

Su medio de transporte solía ser una motocicleta de pequeña cilindrada que cubría sus necesidades de desplazamiento por la ciudad, aunque en días como aquel prefería utilizar el transporte público, que era bastante eficiente y que la dejaba cerca de su domicilio.

 Veinte minutos más tarde, se encontraba sacudiendo su paraguas debajo del pequeño porche de su apartamento.

Franqueó la entrada del compartimento lateral con que todos aquellos apartamentos estaban equipados.

En él, había instalado una especie de armario con un recogedor de agua en la parte inferior con el fin de poder dejar allí el equipo de protección contra la lluvia.

Se desprendió de las prendas antilluvia y frio depositándolas en el interior de este armario, a la par que se calzaba las cómodas babuchas morunas de andar por casa que había adquirido en uno de sus placenteros viajes. Observó que su motocicleta estaba en la plaza de aparcamiento del jardín, tapada con su funda que la resguardaba del temporal.

El jardinero había tenido la deferencia de protegerla.

Ella, cuando se marchó al trabajo aquella mañana, tomó la decisión de no usarla.

 Ya suponía que las condiciones atmosféricas no serían las más idóneas para ello. 

 Por falta de tiempo no se quiso pararse a colocarle la funda.

Tomó nota de la acción llevada a cabo por aquel buen señor, para agrádeselo como correspondía la próxima vez que hablara con él.

Acto seguido, abrió la puerta principal y al traspasarla sintió la agradable temperatura reinante en el interior de su acogedor apartamento… ¡Hogar… dulce hogar!

Después de haber vuelto a cerrar la puerta tras de sí colgó el bolso en el perchero del recibidor y sacó los zapatos que había guardado en el al salir del trabajo.

Con ellos en la mano encaminó sus pasos hacia la parte superior del apartamento, donde estaban ubicados los dormitorios y los correspondientes baños.

Ardía en deseos de desnudarse y tomar un relajante y cálido baño.

Se fue desnudando mientras sentía como el agua iba llenando la bañera y el vapor empezaba a empañar los vidrios de la ventana. 

Sumergió su bien torneado cuerpo en el agua y sintió un placer inmenso que la llevó a relajarse profundamente disfrutando de la suave temperatura y la fragancia de las sales que había vertido en la bañera para que tonificaran su piel.

Hubiera estado allí tumbada una eternidad, pero al cabo de unos quince o veinte minutos, su estómago empezó a reclamarle algún alimento que paliara la incipiente hambre que empezaba a sentir.

No le quedó otra que -muy a su pesar- salir de la bañera y secarse para colocarse el albornoz y cepillarse el pelo.

Mientras lo hacía, se contempló en el espejo, y lo que vio le gustó.

Ruth sabía muy bien su edad, esa edad en que las mujeres están en la plenitud de su esplendor. Ya no era la jovenzuela imberbe veinteañera sin experiencia, ni aun había llegado al momento en que decían que la mujer empezaba a perder sus encantos, ella sabía que era una mujer hermosa y se sentía muy orgullosa de serlo, le costaba sus sacrificios pero merecía la pena. 

Sus piernas se mantenían firmen, su piel tersa y suave, su cintura ya no era la de avispa de cuando era jovencita, pero tampoco era una cintura inabarcable, sus senos se mantenían erguidos sin necesidad del famoso Wonderbra aunque ella lo usaba cuando la ocasión lo requería.

En caso contrario usaba el modelo de prenda que usaría normalmente cualquier otra mujer de su edad.

Su estómago empezaba a cabrearse, así que soltó el cepillo en el tocador, terminó de colocarse el albornoz y calzándose con uno gruesos calcetines de lana, bajo a la cocina para prepararse un tentempié y una taza de café caliente. Las babuchas las dejó en el mueble del recibidor para ponerla en el del exterior al día siguiente cuando se marchara a trabajar.

Esa sería su merienda, la cena se la prepararía dentro de un rato y si por la noche, el tiempo había mejorado igual iba a cenar al acogedor restaurante que había cerca de su casa.

Envuelta en su suave alborno y andando solo calzada con sus gruesos calcetines de lana. 

Portando en una mano la humeante taza de aromático café y en la otra el shawish que se acababa de preparar, se acercó a la ventana y observó que las gotas de lluvia aun continuaban cayendo rítmicamente y con suavidad persistente sobre el vidrio de la ventana y resbalaban por él hasta precipitarse al suelo.

Sin saber porque, de pronto se sintió nostálgica, quizás por haberse empañado el vidrio con el vaho de su respiración y la fragancia desprendida de la taza de café.

Quizás debido a esa nostalgia, fue la que le impulsó, a dibujar el clásico corazón atravesado por la flecha de Cupido, con el dedo índice de su mano derecha - después de haber soltado la taza de café sobre el alféizar - en el vidrio de la ventana.  

Dejó caer la cortina, que había apartado ligeramente y se acomodó en su adorado sofá frente a la chimenea de gas que ardía lanzando al aire sus llamas que dibujaban caprichosas siluetas.

Su melancolía iba en aumento a la par que crecía el recuerdo de lo acontecido en los últimos días de sus no muy lejanas vacaciones anuales.

Terminó su shawish, su café y acabó de tumbarse en el sofá, de la mesita auxiliar que había delante del mismo, tomó el libro que estaba leyendo y que la tenía entusiasmada.

Se refería las tribulaciones en que estaba envuelta una mujer asiática que se encontraba presa entre la tradicional forma de entender la vida de su familia oriental y la forma de verla de su marido educado según las normas occidentales.

Ella no tenía ese tipo de problema, se tenía por una mujer moderna, liberada de toda atadura o compromiso que coartara su libertad.

No era ninguna mojigata de esas que parecían que nunca habían roto un plato, si bien, en su ciudad mantenía un prudente tren de vida, sin por ello dejar de salir a alternar con sus amistades en los momentos que encartaba hacerlo.

Cuando salía de viaje sea por motivos de trabajos o por placer, provechaba las ocasiones que se presentaran para disfrutar de todos los placeres de la vida, ya que pensaba que el disfrutar de ellos, era algo inherente a las personas. 

Intentaba enfrascarse en la lectura sin conseguirlo, puesto que sus pensamientos volaban una y otra vez a aquella playa del sur donde había pasados sus vacaciones el último verano.

 Ya llevaba unos años pasando sus vacaciones en las costas andaluzas, desde que las visitó por vez primera había quedado enamorada de aquellas playas de aguas transparentes y de color turquesa, de aquel luminoso sol que junto con el paisaje brindaba unos atardeceres de ensueño de su gastronomía, sus alegres y coloridas fiestas y la pasión con que los lugareños las vivían.

 La sencillez de su gente, su simpatía y el buen recibimiento que daban a cuantas personas se dignaran visitar aquellas tierras, la habían terminado de conquistar.

Eran todas esas cosas, las que habían hecho que se enamorara de aquellos lugares perdidamente, así que solo faltaron los acontecimientos amorosos vividos durante las últimas vacaciones, para no poder apartar sus pensamientos de aquellas luminosas tierras.

Cuando, como en aquellos momentos, se encontraba tranquila y relajada en la intimidad de su hogar.

En ocasiones anteriores había visitado las hermosas playas de Huelva y Cádiz, lugares donde había empezado su admiración por aquellos parajes, este último verano le había tocado el turno a la provincia de Málaga y su Costa del Sol.

Maravillosas, simplemente maravillosas, así habían transcurrido aquellas vacaciones, disfrutando a tope en cada ocasión de las delicias que brindaba aquel emplazamiento tan esplendido.

Fueron geniales y se cerraron con broche de oro.

Por supuesto que no era la primera vez que había mantenido un encuentro amoroso con un hombre, ni sería la última, o al menos eso esperaba.

Sin atender en absoluto la lectura del libro que tenía en sus manos, su pensamiento volaba una y otra vez hacia la playa de aquel pequeño y acogedor pueblo malagueño.

Muy concretamente a los acontecimientos ocurridos cuando sus vacaciones estaban cercanas a su fin.

Cerró los ojos y reclinando el libro contra su pecho, dejó que su mente volara hacia aquellos momentos de pasión y placer.

Las imágenes en su imaginación se sucedían mucho más rápidas que los acontecimientos vividos en aquella bella y casi solitaria playa.

Era una tarde como otra cualquiera, pero iba a dejar de serlo pronto.

A ella, le encantaba sentarse en la orilla, con el agua humedeciendo sus pies, mientras contemplaba la caída del sol tras el horizonte.

En el cielo estallaba una luz de fuego color rojo anaranjado, que se reflejaba en las aguas turquesas del mar y el astro Rey se iba escondiendo lentamente, dando paso a la mortecina oscuridad de la noche.

La suave brisa marinera aligeraba su temperatura acariciando su cuerpo para hacerla sentir cual sirena recién salida del agua. 

En una tarde cualquiera, en ese momento se ponía de pie recogía su toalla, su bolsa playera, su pamela y su fular emprendiendo el camino de vuelta a su hotel.

Aquella tarde no fue una tarde más, no lo fue, porque cuando aún faltaba un rato para que el atardecer declinara por completo, por uno de los extremos de la cala lo vio aparecer.

Le llamó poderosamente la atención la presencia de aquel desconocido, seguía hoy en día sin saber por qué fue, era algo que no le había sucedido nunca hasta aquella tarde. Ella que presumía de estar de vuelta y media de todas o casi todas las circunstancias de la vida, en aquel momento, la aparición de aquella figura masculina paseando lentamente por la playa, le había impactado hasta el punto de dejarla con una sensación desconocida hasta aquel momento.

No era una sensación de alarma o temor ante la presencia de alguien en la ya solitaria playa, no, eso no le inquietaba en absoluto.

Ella estaba preparada para repeler cualquier ataque hacia su persona, era una verdadera experta en el arte de la defensa personal.

El desconocido se sentó a unos metros de ella y también contemplaba el maravilloso espectáculo de la puesta del sol.

Sin dirigirse a ella en absoluto, por lo que continuó absorta en los colores que empezaban a teñir el horizonte, no obstante, disimuladamente su furtiva mirada se desviaba de vez en cuando hacia el desconocido sin que ella lo pudiera evitar.

Cuando terminó el grandioso espectáculo ambos se pusieron de pie, dispuestos a marcharse hacia sus respectivos aposentos.

El desconocido la saludó con una leve inclinación de cabeza a la que ella contesto con una también, leve sonrisa.

Con estudiada lentitud, empezó a recoger sus cosas para ponerse de pie, al mismo tiempo que a hurtadillas volvía a dirigir su velada mirada para espiar los movimientos del desconocido, observando que este ya se había levantado y se dirigía hacia ella.

Inevitablemente se puso en tensión dispuesta a repeler el posible ataque que intentara aquel individuo contra su persona. 

Al cabo de unos momentos su temor se diluyo ya que el desconocido al llegar a su altura le tendió su mano gentilmente para ayudarla a incorporarse, mientras en sus labios brillaba una tenue sonrisa.

-Soy Luis, se presentó, vengo de un pueblo de la Serranía Rondeña. Me entusiasma estas puestas de sol tan maravillosas y cuando tengo ocasión me vengo a este lugar para contemplar las.

Si había albergado algún temor, este desapareció como por arte de magia al escuchar la voz suave y tranquila de Luis. Aceptó su mano sin vacilar y una vez puesta de pie también ella se presentó.

-Yo soy Ruth, estoy de vacaciones y también me encanta contemplar estas imponentes puestas de sol.

Se anudó su fular playero a la cintura e iniciaron ambos un lento paseo por la playa a esa hora casi desierta.

Casi sin darse cuenta se cogieron suavemente de la mano llegaron pronto al final de la playa, ya que era una pequeña cala al abrigo de dos espigones naturales en ambos extremos.

Se dieron la vuelta para volver sobre sus pasos, al quedar frente a frente, sus miradas se juntaron brillando en la tenue oscuridad como dos estrellas fulgurantes.

Sin necesidad de hablar ella alzó sus brazos hasta el cuello de él, mientras, Luis enlazaba su cintura, sus labios se unieron en un largo y apasionado beso.

A ella nunca la habían besado así, sintió que su corazón latía a un frenético ritmo, que le abandonaban sus fuerzas sin poder hacer nada por evitarlo…

Él la sujetó con fuerza y poco a poco fue doblando sus rodillas hasta que estuvieron tumbados sobre la arena.

Se besaron, acariciaron y amaron con incontenible pasión durante largo rato.

La luna reflejándose en el mar fue el único testigo de su acalorada pasión, a la que dieron suelta sin más freno que el de sus deseos de amarse mutuamente.

Quedaron exhaustos sobre la arena, la desnudez de sus cuerpos sudorosos resaltaba bajo la brillantez de la luna.

Él fue a decir algo, pero ella le tapó la boca con la mano  mirándolo con una sonrisa de felicidad en su semblante.

-Creo que lo mejor sería que nos diéramos un baño y nos marchemos para nuestros respectivos aposentos, comentó Ruth.  

-Si, será lo mejor, contestó Luis al mismo tiempo que se incorporaba ayudándola a hacer lo mismo.

Corrieron hacia el agua, cogidos de la mano y riendo a mandíbula batiente.

En el agua de nuevo se besaron con pasión y hubieran continuado durante toda la noche si ella no hubiera puesto un poco de cordura en aquellos momentos.

-Vamos que me van a cerrar la cocina del hotel y me quedaré sin cenar, comentó riendo Ruth.

-No te preocupes por eso, hay un pequeño restaurante, que está abierto hasta muy tarde y se come muy bien, dijo Luis.

-De acuerdo, pero tendremos que asearnos y ya sabes, las mujeres no podemos salir a la calle de cualquier manera. 

Iniciaron el camino de vuelta al hotel donde dio la casualidad de que se alojaban ambos, no siendo raro que no se hieran visto, ya que él explicó durante el camino que había llegado aquella misma mañana.

Quedaron en que se verían dentro de un par de horas en el vestíbulo del hotel.

 Si, el restaurante era pequeño y acogedor, la cena fue deliciosa, hablaron de muchas cosas, de sus respectivos trabajos, de las costumbres de sus lugares de origen y de las mil y una cosa que se le vino a la mente a los dos.

La noche terminó como debía de terminar, con broche de oro, en la habitación de él, hasta altas horas de la madrugada.

Se había quedado adormilada evocando lo vivido durante el último fin de semana de sus vacaciones veraniegas.

Ella había tenido relaciones amorosas en otras ocasiones pero nunca la habían amado, ni había amado, con la pasión intensidad entusiasmo y frenesí, con que lo hicieron durante aquellos inolvidables días veraniegos. 

El ring-ring del timbre de la puerta la sacó de su aletargamiento, y le hizo dar un respingo en el sofá.

Se extrañó mucho de que sonara el timbre de la puerta, primero porque ella no esperaba visita alguna y segundo porque si hubiera quedado con alguna amiga o amigo, nunca quedaban tan pronto, si no, algo más tarde pues aún no era hora de ir a los restaurantes a cenar y mucho menos para que dieran comienzo los espectáculos que tenían lugar en las distintas salas de fiestas que había en la ciudad, que aunque pequeña, disponía de una buena colección de locales donde la diversión estaba asegurada.

Se termino de despejar mientras el timbre sonaba de nuevo con insistencia.

Se levanto del sofá y echo un vistazo a la calle antes de decidirse a abrir la puerta.

Con asombro, pudo comprobar que en su plaza de parquin que siempre estaba vacía, había estacionado un vehículo desconocido.

Se dirigió hacia la puerta intrigada por lo que estaba sucediendo. 

Así que tomó la determinación de mirar primero por la mirilla y no quitar la cadena que mantenía la puerta entreabierta hasta no estar segura de quien estaba detrás de la misma. Así lo hizo, pero cuando atraves de mirilla vio la cara de quien había tocado el timbre, no solo se extrañó, si no, que su asombro no tubo límites.

Se desperezó como por ensalmo, una bonita sonrisa se dibujó en su boca y un rictus de alegría se pintó en su rostro.

Quito el pestillo dejando la cadena puesta para asegurarse de que quien estaba al otro lado de la puerta era él, Luis, el mismo con el que estaba soñando hacia escasos momentos.

-Hola Ruth, me alegro de volver a verte, no me esperabas ¿verdad?

Su voz la confirmó que efectivamente, era la misma persona con la que había pasado aquellos maravillosos e inolvidables días en España.

- ¡Luis! -exclamó con sorpresa- ¿Tu por aquí? ¡Ni por asomo, te esperaba!

- ¿Puedo pasar? Inquirió él.

- ¡Cómo no, Luis, ¡Cómo no…!  

Termino de franquear la puerta, cerrándola de nuevo, cuando él la atravesó hacia el interior.

Sin mediar palabra, lo mismo que aquel atardecer en la playa, se fundieron en un fuerte abrazo mientras sus labios se unían en un apasionado e interminable beso.

 Por la mente de Ruth pasaron de nuevo todos los pensamientos que había revivido momentos antes, solo que ahora estaba segura de que, de nuevo, se volverían a hacer realidad.

Se sonrió para sus adentro, el día había sido triste y gris.

¡Pero la noche…!

Autor: Pera H.

Fecha: Noviembre 2019

jueves, 3 de octubre de 2019

5ª ESCENA DE MI NIÑEZ




SIGO EN EL CORTIJO

En la escena anterior, daba cuenta de mi estancia en el cortijo donde mi abuelo Pedro ejercía de vaquero. Allí estuve tanto tiempo que cuando mis padres vinieron a buscarme para llevarme de nuevo a casa se ve que les dije: “Por esa vereda habéis venido, pues por esa vereda os podéis marchar, que yo me quedo aquí tan a gusto” Ni que decir tiene que mi petición en absoluto fue atendida.

Y donde yo estaba encantado de la vida que vivía en aquellos lares. Mi abuela María me permitía hacer lo que me daba la real gana sin ponerme ninguna pega ni cortapisa.

En esta escena voy a contar el gran susto que me dio un buey al que soltaron del yugo después de tirar de la carreta junto con el otro que componían la yunta.

Ya expliqué que por las tardes mi abuela María, me aseaba convenientemente y me cambiaba de ropa ya que como jugaba con la tierra, las piedras, la leña amontonada en la leñera… en fin, que me ponía hecho un oso, como se suele decir. 

Para mí era una delicia corretear por aquí o por allí dentro del enorme patio que había entre la casa donde habitábamos y el edificio de enfrente, donde estaba ubicado el pajar y el anden de las vacas, que, a su vez, en el parte trasera y convenientemente vallado albergaba el toril donde pasaban la noche el ganado vacuno.

Aquella tarde, como era perceptivo, mi abuela me dio en correspondiente baño en el -valga la redundancia- en le baño de “Zinc” y también como cada día me cambio la ropa que había ensuciado durante el día por otra oliendo a limpia y reluciente como los chorros del oro. ¡Al día siguiente ya me encargaría yo de arreglar eso! 

En la época en que estuve en el cortijo era el tiempo de la recogida de las mieses para llevarlas a la era con el fin de proceder a su trillado y a separar el grano de la paja.

Para la operación de transportar las gavillas de mieses segadas desde el barbecho a la era su utilizaba las carretas, de las que tiraba la yunta de bueyes.

Al terminar la jornada, que solía durar desde el amanecer hasta el anochecer, los boyeros traían la yunta a las afuera del toril del ganado vacuno, donde la soltaban del yugo y hacer que entraran el toril.

 Donde descansaban y pasaban la noche y que mi abuelo les diera el correspondiente pienso de paja en el andén, junto con el resto del ganado.

Me encantaba ver como soltaban los bueyes del yugo y como se estaban quietos hasta que el boyero les quitaba la ultima vuelta de cuerda que los unía a este, y como a continuación emprendía el camino hacia el toril.

Normalmente contemplaba la escena desde detrás de la portada que separaba el patio del campo abierto, mi abuela no me permitía que saliera, era la única restricción a la que me sometía.

Aquella tarde, me escapé y salí del portal, como siempre el boyero desataba los bueyes, prometiéndomelas muy felices de poder contemplar de cerca la maniobra que tanto me llamaba la atención.

Pero… ¡Mi gozo en un pozo! Sucedió algo con lo que yo no contaba.

Uno de los bueyes, que se llamaba Memoriales -siempre me acordare de su nombre- al soltarle el boyero la ultima vuelta de la soga que lo unía al yugo, salió disparado hacia mi persona, supongo que con el fin de hacerme sentir como es el vuelo sin alas ni motor, por que supongo que con la intención de darme un abrazo o un beso no seria. 

A mi se ve que no me hacia mucha gracia la idea, puesto que después de dar un tremendo grito puse pies en polvorosa hacia el portal del patio a la que no creo que me hubiera dado tiempo a llegar.

Mi suerte fue que el boyero reaccionó de inmediato y gritado con fuerza el nombre del aquel bicho enfurecido consiguió que detuviera su carrera dando tiempo de esa forma a que mi abuela saliera a ponerme a cubierto dentro de patio.

Por supuesto que aquel incidente no me impidió seguir observando el espectáculo que tanto me gustaba mirar, aunque se me quitaron las ganas de hacerlo desde tan cerca.  

 Al cabo del tiempo le conté a mi padre lo acontecido y entonces comprendí por que aquel buey me embistió.

A él -mi padre- no le extraño en absoluto el comportamiento de aquel animal, que por otra parte él conocía perfectamente, ya que había sido su mentor.

Lo había enseñado a arar y otras pautas de comportamiento, como que cuando lo llamaba por su nombre obedeciera de inmediato, acudiendo a la llamada, me dijo con él -con mi padre- se comportaba como el perrito más obediente. 

Otra de las cosas que le había enseñado era a acudir en cuanto le enseñabas desde lejos un canasto con boniatos cocidos, olfatea  su olor y acudía con presteza a buscar su recompensa. Supongo que era con lo que premiaba su buen comportamiento, el cual dejaba mucho que desear en cuanto olfateaba o avistaba la pareja de la guardia civil o a alguien bien aseado.

Estas dos ultimas cosas creo que deberían encuadrarse dentro del contexto de la represión que ejercían los cuerpos de seguridad y la explotación sin límites a la que estaban sometidos, tanto los jornaleros como los animales, por los patronos.

El animal al verme tan aseado y pulcro me asoció al tirano que lo explotaba sin descanso.

Ahora que soy mayor comprendo la verdadera lección que impartió aquel animal y la de su maestro al enseñársela.

No debes abusar de tu posición dominante para imponerte sobre los demás, debes respetar su dignidad, ya que por muy humilde que sea su condición, seguro que no les gusta que su dignidad sea pisoteada y la defienden con todas las armas a su alcance, en este caso su cornamenta.





Autor: Pera H.

Fecha: Octubre de 2019