jueves, 5 de enero de 2017

La Leche de Burra


LA LECHE DE BURRA

En estos tiempos modernos que vivimos, la ciencia ha avanzado una barbaridad para procurarnos remedios a casi todas las enfermedades y dolencias.

Remedios que en tiempos pasados se desconocían, o simplemente, no se tenía acceso a ellos con la facilidad de hoy en día.

En tiempos pasados, aunque no muy lejanos, se debía de recurrir a los distintos productos que por sabiduría popular, se aplicaban con el fin de curar o aminorar los efectos de las peligrosas y alguna mortífera enfermedad que cualquier persona pudiera contraer.

Los niños componían el arco de población más vulnerables a las temidas enfermedades que por desgracias abundaban en aquellos tiempos.

Una de las enfermedades que con más saña atacaba a los niños de aquella época, era la tosferina, enfermedad altamente contagiosa, que podía acarrear la muerte del niño que la contraía, o bien dejarle graves secuelas de por vida, por eso los padres se afanaban en usar cuantos remedios curativos estuvieran a su alcance, con el fin de conseguir que su hijo sanara lo más rápidamente posible y que quedara en las mejores condiciones de salud.

Una de las medidas que mejor funcionaba y que lo padres que podían tomaban rápidamente, era el aislamiento, separando al niño afectado del resto de sus hermanos, enviando a estos últimos a casas de familiares cercanos y si era posible a algún pueblo cercano donde estos familiares vivieran.

Par combatir esta enfermedad se usaban cuantos remedios se conocían, tales como el poleo, la menta, los vapores de eucaliptos… y otro menos conocido pero que también se decía que era bastante eficaz: Uno de ellos era la leche de Burra, el cual no era fácil de conseguir.

Ellos eran dos hermanos, dándose, -por desgracia-, la circunstancia de que el más pequeño, contrajo la terrible y temida tosferina.

Tratando de impedir que el hermano mayor se contagiara de la enfermedad, decidieron enviarlo a casa de sus abuelos paternos que trabajaban de vaquero en un cortijo de una población vecina.

Durante todo el periodo de tiempo que duró la enfermedad del pequeño, el mayor lo paso con los abuelos, evitándose de esa forma el seguro contagio de la enfermedad.

Además de sus abuelos, trabajaban en el cortijo una cuadrilla de operarios empleados en la recolecta de la siembra, las mieses se llevaban con las carretas de la que tiraban los bueyes a la era donde se trillaban, usando el trillo arrastrado por una recua de mulos.

De una extensión considerable, en el cortijo había dos caseríos, uno con una casa grande, donde vivían los dueños, y otro, cuya casa era más pequeña, donde pernoctaban los trabajadores temporeros y los que trabajaban durante todo el año en el cortijo.

Informados del motivo por el que el niño se encontraba entre ellos, le prodigaban todos los cuidados, mimos y cariño del que eran capaces, dándole cualquier cosa que al niño se le antojara.

De la casa grande, traían la comida del medio día en una burra, cesando la cuadrilla en sus labores para comer el rancho con verdadero apetito.

El animal había parido un burrito al que amamantaba, como ya hemos dicho con anterioridad, era vox pópuli que su leche constituía un potente antídoto contra la tosferina.

Alguien sugirió, que se ordeñara a la burra para darle a beber al niño la leche con la que se inmunizaría contra la enfermedad

Dicho y hecho, no fue fácil ordeñar la burra, entre unos cuantos la sujetaron por distintos sitios, unos por las orejas, otros por el rabo, por el cuello, etc.                                                                                                 

 Casi la tuvieron que sostener en volandas, en un pote pequeño de hojalata ordeñaron una considerable cantidad de leche, dándosela a tomar al niño cosa que este hizo con verdadero deleite, por ser una leche dulce y cremosa.

El niño quedo de esta manera inmunizado, y no contrajo la enfermedad, no sabemos si fue por efecto de la estupenda leche, o por haber estado aislado de otros niños.

Sea como fuere, el que esto relata da fe fidedigna del sabor de dicha leche, ya que fue el que la tomó, no habiendo probado una leche tan rica y sabrosa como aquella hasta la fecha.





(Fragmento de capítulo VII del libro: Una Vida Dura y Sencilla dedicado a Isabel Cabrera)

 Autor: P.H.

Fecha: 1/2017




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