sábado, 29 de junio de 2019

EN EL CORTIJO



ESCENA 4ª

EN EL CORTIJO

Por motivos que no vienen al caso, -los explicaré en otro momento- mis padres tomaron la decisión de mandarme una temporada al cortijo donde habitaban mis abuelos Pedro y María.

Esta escena transcurre en dicho cortijo, donde mi abuelo Pedro -padre de mi padre- estaba trabajando de vaquero y del que tengo un recuerdo muy especial y al que con esta escena quiero rendirle el homenaje que se merece.

Mi abuelo Pedro tenia un sexto sentido para tratar con los animales y con el ganado vacuno, aun lo tenía más acentuado, su sexto sentido lo convertía en uno más de la manada.

Este cortijo, que por cierto estaba ubicado en la campiña de Jimena de la Frontera, de donde somos originarios.

Estaba encantado de estar allí, delante de la casa donde vivamos, había un patio empedrado, me pasaba las horas jugando con lo que me diera la gana y hasta que me diera la gana, no importaba si me ensuciaba más o menos. 

Mi abuela María me lavaba las manos y la cara tantas veces como fuera necesario y por la tarde me daba el correspondiente baño en aquel “baño” de zinc que eran los únicos que había para poder asearse completamente.

Algunos días, acompañaba a mi abuelo en su quehacer diario de llevar a pastar las vacas a los prados del cortijo.

Él concia perfectamente a cada una de ellas, y ellas lo conocían a él también perfectamente.

Las tenías a todas bautizadas con su correspondiente nombre, así que cuando alguna de ella se separaba de la manada más de lo deseado, solo debía de gritar su nombre para que volviera a reintegrase a la misma.

Normalmente el pastoreo transcurría sin contratiempos, pero aquel día…

Aquel día las vacas… ¡“CUCARON”!

Todos sabemos – y si no lo saben, ya se lo digo yo- que el ganado vacuno tiene la pezuña partida en dos dedos.

En tiempo de verano, que es cuando más proliferan los insectos, se les mete entre los dedos un tipo de mosca que les hace mucho daño, tanto que se vuelven incontrolables. 

Mi abuelo se tuvo que multiplicar para poder seguir teniendo controlada la manada.

Corría como un poseso alrededor de ella blandiendo su bastón de vaquero al mismo tiempo, que a gritos iba reconduciendo la manada hacia el rio que discurría por las tierras del cortijo, con el fin de que se adentraran en el agua donde la mosca se ahogaría y por lo tanto, se acabara el sufrimiento de aquellos pobres animales.

Yo lloraba y me mantenía alejado por orden expresa de él, le seguí desde lejos mientras, que él no cejó ni un ápice, en su empeño de lograr su objetivo.

Cosa que consiguió y su esfuerzo se vio recompensado con el alivio que proporciono a aquellos animales que en cierto modo eran sus compañeras diariamente. 

 De esta escena lo que me impactó fue, la destreza, el esfuerzo y el empeño, que aquel hombre puso en realizar bien su trabajo, con el fin de liberar a aquellos animales de su sufrimiento.

No la puedo olvidar, a pesar de que cuando transcurrió contaba con unos seis o siete años.

Cuando me hice mayor, al recordarla, la conclusión a la que he llegado es que, para conseguir algo en esta vida, siempre tienes que poner empeño, esforzarte y emplear algo de destreza.

Si lo haces así, lograras tu objetivo, si no... ¡Fracasarás!
  

                                                       Autor: Pera H.

Fecha: junio 2019

Hace tiempo empecé esta serie titulada escenas de mi niñez, la he tenido abandonada demasiado tiempo, hoy aprovecho que es el día de San Pedro para retomarla y que mejor escena que esta que dedico a mi abuelo Pedro y se la envió allá donde esté. ¡Va por usted, abuelo!
Y como supongo que mi padre no estará muy lejos de Él, se la dedico también.

2 comentarios:

  1. Hola de nuevo. Diego, te reitero lo dicho en el comentario anterior y te repito las gracias, esto lo viví cuando era muy pequeño con mi abuelo QPD.

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