domingo, 2 de junio de 2019

UNA SONRISA EN EL CIELO


UNA    SONRISA    EN      EL    CIELO


Era jueves, faltaban dos días para llegar al ansiado sábado y tener el merecido descanso semanal.

Subió al tren de prisa, este no era su tren, se había quedado dormido y cuando llegó a la estación, el que tomaba cada mañana ya había pasado.

Se adentró por el pasillo buscando un asiento libre donde sentarse, para poder conectar su ordenador y adelantar un poco la gran cantidad de trabajo que tenía pendiente.

Una vez acomodado, lo sacó de su maletín y se dispuso a conectarlo. Ignoraba que impulso o fuerza, le hizo levantar la cabeza y mirar al frente, en ese momento reparó en ella, sus miradas se cruzaron brevemente y el sintió como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo de arriba abajo, como si un rayo le hubiera caído en la coronilla y le hubiera salido por los pies. 

 Estaba sentada frente a él, le separaban dos filas de asientos, la miró de soslayo, sin saber que era lo que le había impresionado de aquella chica.

Después del examen a hurtadillas que había realizado de ella, no podía decirse que fuera una mujer de esas que le gustaba destacar y hacerse mirar.

 No, su forma de vestir no hacia pensar en nada de eso, lucia una blusa negra, sin mangas, que realzaban unos senos, mas bien pequeños, y con un escote poco pronunciado.

Quizás lo que probablemente llamo mas su atención, fue su falda escocesa, por cuanto, era una prenda ya en desuso y que le confería un aire juvenil  de colegiala, el atuendo lo completaban unas botas altas de color marrón oscuro de medio tacón.

Sacudió sus pensamientos intentando concentrarse en la tarea que tenia empezada en su ordenador, pero no le era posible, sus pensamientos volaban una y otra vez a la viajera de enfrente.

De nuevo levanto la mirada y de nuevo se cruzo con la de ella.

Entonces fue, cuando se dio cuenta de lo que de verdad le había impactado de aquella mujer.

Su mirada, algo había en ella, que no fue capaz de descifrar y que lo intrigo profundamente.

Ella, hablaba alegre y animadamente con sus tres amigas o compañeras de viaje, dando rienda suelta a sus risas, según los derroteros que tomaba la conversación.

Pese a la aparente alegría que se desprendía de la risa de ella, él, había advertido una sombra de tristeza en su mirada.

Aunque sus miradas solo habían durado decimas de segundos, habían sido tan intensas, que ambos se comunicaron sus sentimientos más profundos atraves de ellas.

Él vio que, en aquellos ojos de mirada dulce, se reflejaba, un rictus de tristeza, como si algún infortunio acechara la felicidad que por su comportamiento aparentaba. 

Ella también había notado que cuando sus miradas se cruzaban, se producía en su corazón como un pinchazo que lo hacia palpitar mas deprisa de lo normal.

Esta desazón, contribuyo a acentuar aun mas la melancolía que se reflejaba en lo mas hondo de aquellos ojos que aparentemente reían sin cesar llenos de felicidad.

Cuando el tren llego al final del trayecto, se apearon todos los pasajeros, ella y sus amigas llegaron a la puerta de acceso un poco antes que él.

En el momento en que se disponía a bajar, se volvió y esbozo una leve sonrisa que a él le pareció un brillante rayo de sol.

Ella se marchó con sus amigas en dirección a la cafetería de la estación, él apresuro el paso hacia la salida, ya que iba con el tiempo justo para llegar a su trabajo, no obstante, antes de salir, echo una mirada hacia la cafetería y allí estaba ella, mirándole con su enigmática sonrisa en la boca, a su vez él también esbozo su mejor sonrisa, como diciéndole… “Hasta mañana”.

 Al día siguiente, se levanto a la hora de costumbre, no se quedo dormido y eso que la sonrisa y el recuerdo de aquella chica no se le había borrado de su mente en toda la noche.

Se dirigió a la estación del tren con cuenta de tomar el que siempre tomaba, llego con tiempo suficiente para que no se le escapara, como había sucedido el día anterior.

Se había acomodado en uno de los bancos existen y al poco rato apareció por el extremo de la estación el convoy que debía llevarle a su destino diario.

Se levantó del asiento y atravesó el anden decidido a subir al vagón más cercano a su ubicación.

Cuando puso el pie en el primer escalón que daba acceso al vagón, una fuerza superior a la que le dictaba el cerebro, le hizo volver a retirarlo cruzar de nuevo el andén en sentido contrario hasta el asiento que había ocupado instantes antes.

Se acomodo de nuevo en el frio banco de la estación, mientras que en su mente se repetía una y otra vez la imagen de la chica de ayer.

No habían transcurrido ni diez minutos, cuando percibió, la misma corriente eléctrica del día anterior.

Por la puerta de acceso a la estación acaban de entrar la misteriosa chica junto con sus amigas o compañeras diarias de viaje.

De forma instantánea, sus miradas se cruzaron brevemente.

Esas decimas de segundo, fueron suficiente, el atuendo de ella había cambiado, pero en el fondo de aquellos ojos que brillaban aparentando felicidad, seguía reflejado el mismo rictus de tristeza del día anterior.

Un fuerte silbido y el estruendoso ruido del tren entrando en la estación le sacaron de su ensimismamiento con un ligero sobre salto.

De nuevo cruzo el anden y esta vez sí se subió al tren mientras observaba como el grupo de las chicas accedía por la puerta del otro extremo del vagón al interior de este.

El viaje transcurrió, mas o menos, bajo las mismas circunstancias que el del día anterior.

Intercambios de miradas furtivas durante el trayecto y al final de este, dirigiéndose ambos hacia los lugares de costumbre.

Los días transcurrían monótonos y pesados, no fue así aquel viernes, pues la sonrisa afloraba con asiduidad a su cara con el recuerdo de la sonrisa de ella, hasta sus compañeros de trabajo más próximos se dieron cuenta de que hoy estaba con un humor diferente, ¡Chico, como estas hoy…! le habían comentado alguno de ellos, él se limitaba a encogerse de hombros acentuando aún más su sonrisa y a desear interiormente que el fin de semana pasara de prisa.

No fue así, a él le pareció que duraba una eternidad, agravado por el recuerdo constante de la imagen de la chica del tren.

Por fin, llego el lunes.

 ¡Con lo mal que le sentaba que llegara el lunes!

 ¡Y mira por donde la llegada de este lunes, hasta le había puesto de buen humor! 

Raudo, encamino sus pasos hacia la estación del tren, con la ilusión de ver aparecer pronto a la chica culpable de sus tribulaciones.

Y el momento tan esperado llego… pero no pudo ser más decepcionante.

 ¡Solo venían sus tres amigas! Ella no estaba en el grupo…

La sombra de su decepción se reflejo claramente en su cara y algo en su interior le dijo que no era normal lo que estaba ocurriendo.

El estruendo del tren entrando en la estación hizo que se preparara para tomarlo.

A diferencia del ultimo día en que viajaron juntos, en vez de entrar por la puerta de acceso del otro extremo del vagón, las tres chicas vinieron hasta la puerta por donde él estaba subiendo, colocándose inmediatamente detrás de él, lo cual, tuvo el efecto de acrecentar su desazón.

Los asientos del vagón estaban formados por un grupo de cuatro, que ellas ocupaban normalmente. 

En el semblante de las tres chicas se pintaba una tristeza profunda.

Una de ellas, a la que menos compungido se le notaba el semblante, se dirigió a él invitándole a ocupar el asiento que teóricamente debía de haber ocupado la ausente.

Acepto el gentil ofrecimiento, presintiendo que la conversación que iban a mantener no sería muy agradable.

Se conocían solo de vista, por lo que comenzaron presentándose.

Él se dio a conocer como Eduardo, ellas dijeron llamarse, Conchita, Alicia y Barbara.

Las tres eran cómplices de Alexia, la que faltaba, y estaban perfectamente al tanto de las furtivas miradas entre Eduardo y su amiga.

Ninguna de las tres sabía como comunicarle a Eduardo, lo acontecido durante el fin de semana, por fin, Conchita, que parecía la más decida, comenzó a ponerlo al día. 

Como habrás podido suponer, el motivo nuestro afligido comportamiento, es debido a que nuestra amiga Alexia ya no esta con nosotros.

Lo soltó así, de golpe y Eduardo no pudo evitar que se le encogiera el corazón y las lágrimas inundaran sus ojos, al mismo tiempo que también se inundaban los ellas.

El viaje lo realizaron casi en silencio, solo interrumpido por las breves explicaciones que fue poniendo de relieve Conchita.

Explico que Alexia padecía una enfermedad del corazón de la que no tenían noticia y que se habían enterado del fatal desenlace por medio de un familiar con el que Barbara mantenía una relación sentimental.

El viaje tocaba a su fin, se apearon del tren y en el anden se dieron un fuerte abrazo, un sentido pésame y se desearon mutuamente los ánimos suficientes para afrontar el duro golpe recibido.

A continuación, ellas fueron hacia la cafetería y él hacia la puerta de salida. 

Al salir a la calle, levanto la vista al cielo, estaba nublado, pero entre las nubes creyó distinguir una sonrisa que brillaba cual potente rayo de sol.

Esbozo también una triste sonrisa, llevo su mano a la boca y envió un cariñoso y sentido beso que voló hasta el infinito cielo mientras una furtiva lagrima resbalaba por su mejilla.

En los días sucesivos, torno a hacer el viaje en el tren el que solía viajar antes del fatídico día en que se quedó dormido.

No obstante, cada día al salir de la estación, miraba el cielo para descubrir la sonrisa con la que ella le alegraba la jornada y él enviaba su beso a los confines del universo.





Autor: Pera H.

Fecha: junio 2019
Dedicado a mi hijo Santiago, que muy bien podría ser el protagonista de este relato, ya que toma el tren diariamente.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Diego, disculpa por no haberte contestado en su día, es que a veces solo miro las entradas más recientes, de todas formas gracias por tu gentileza al leerlo y comentarlo.

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