jueves, 13 de diciembre de 2018

SOLITARIO Y LIBRE II


SOLITARIO Y LIBRE II

 Después del episodio de sonambulismo vivido y de la breve y reflexiva respuestas dada a su amigo Rufus, Rimundo intentó -aunque sin éxito- conciliar de nuevo el sueño.

Le fue imposible, de su mente no se apartaba la imagen de aquella mujer morena, de rostro lleno de misterio por mor de unos ojos negros como el carbón que le miraban de tal forma que sentía que le desnudaban el alma y el corazón, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo.

Era como si le clavaran mil puñales en su pecho, por cuyas heridas se le escaba a raudales la ardiente pasión que le embargaba desde los pies a la cabeza cuando Anita le miraba fijamente a los ojos.

Harto de dar tubos de un lado a otro de la cama y dado que el acostumbra a levantarse apenas raya el día, se tiró de la cama, abrió la ventana de la habitación y observó como los primeros rayos de sol empezaban a iluminar la madrugada.

Calzándose sus sandalias de andar por casa y arropándose con su sayo, fue hasta la chimenea y avivó el rescoldo del fuego de la noche anterior con unas piñas secas y unas taramas finas de brezo que siempre tenía en la leñera para ese menester.

En cuanto sopló un poco las ascuas con el “Reo”, las llamas prendieron inmediatamente produciendo su característico chisparreto, puso unos palos de leña un poco más gordos para que el fuego se consolidara.

Mientras esto sucedía, él puso las “estraves”, él las conocía por ese nombre, -(trébedes)-, encima de la candela y sobre ellas el baño de zinc que usaba para calentar el agua de su aseo diario.

Así mismo, preparó la cafetera, para que en cuanto estuviera lista para ser usada el agua de su baño, ponerla sobre la “estreves” y que se fuera haciendo el café que se tomaría en su desayuno, mientras él procedía al aseo diario.

Su amigo Rufus, aun continuaba enroscado en su camastro, con la nochecita que le había hecho pasar su amigo, no tenia muchas ganas de ponerse en marcha tan temprano.

Rimundo, una vez el agua adquirió su temperatura ideal para ser usada en el aseo pertinente, la traspasó al aguamanil que, junto con la palangana y el palanganero, constituían uno de sus utensilios de aseo.

Conjunto, que se completaba con una “panera de corcho” grande que cuando procedía, usaba para su aseo corporal completo, su correspondiente “bacinilla”, su brocha de afeitar y su maquinilla de cuchillas marca “la palmera” y otros de menor importancia, pero tan necesarios como los anteriores.

De camino al pequeño compartimento anexo a su habitación, vio que su amigo aun continuaba en su camastro, por lo que le propinó una liguera patada con la punta del pie, al mismo tiempo que le decía…

  - ¡“¡Vamos perezoso, que ya es de día”!

 Rufus lanzó un ladrido de protesta, como diciendo…

- “Vaya, hombre con la nochecita que me has dado…” ¡Aun quieres que me levante ya…!

Rimundo se metió en el baño, riéndose de las quejas de su amigo,

- “Venga perezoso, que eres muy perezoso, apostillo”.

Rufus miró a su amigo con una cara de sorpresa imponente, no se creía lo que estaba viendo y escuchando, su amigo con una sonrisa en de oreja a oreja y lo más extraño aun, canturreando una cancioncilla que estaba muy de moda por a aquellos entonces.

Era una canción que decía algo así como…

- “Porompompon, porompompero”, la cantaba un cantante muy popular del cual no sabía su nombre, porque él no entendía el lenguaje de los humanos, si había entendido lo del dichoso “Porom…” era porque se lo había escuchado tararear a su amigo y a ese sí que lo entendía.

En fin, que ya no le quedaba más remedio que levantarse, pues su amigo había hecho el milagro de despertarlo por completo.

Se desperezó y salió de la habitación fue hasta la puerta, con la boca corrió el “pestillo” de la ventana que habían practicada en la puerta para que él pudiera salir a satisfacer sus necesidades, -que también las tenía- y a paso ligero llegó al hoyo situado en la parte de detrás de la casita que hacia las veces de “estercolero” donde acumulaban las basuras y restos orgánicos de los distintos animales que habitaban en la finca, incluidos los de Rimundo, con el fin de que se deshidrataran para hacerlos servir como abono orgánico a la hora de preparar la tierra para la siembra de cereales, legumbres, verduras… o simplemente para abonar los numerosos árboles que crecían en la finca.

Al regreso de su excursión matinal y una vez dentro de la casa, cerró la ventana de la puerta y la aseguró con el cerrojo con el mismo procedimiento que había utilizado para salir.

Vio que su amigo Rimundo ya se había aseado y trapicheaba con los cacharros del desayuno, lo que el hizo recordar que tenía un hambre atroz.

 Ocuparon cada uno su lugar correspondiente y se dispusieron a dar buena cuenta de lo preparado para saciar el hambre que ambos sentían royéndole el estómago.


 
Rufus contemplo a su amigo con cara de sorpresa, no se había fijado con detenimiento en él, observó que se había aseado muy cuidadosamente, vestía ropas de trabajo, pero limpias, cuando acostumbraba a cambiarlas el fin de semana y hoy era viernes así que aún faltaba el sábado para que se produjera el citado cambio.
- ¡Pero bueno…! ¡Que estoy viendo! ¡Si se ha puesto hasta brillantina! Exclamó para sí, Rufus.
Se pasó una de las patas delanteras por la cara para cerciorarse de que estaba despierto, y que su vista no le jugaba una mala pasada, pero no, lo que veía era la pura realidad.
Su amigo, antes de empezar a desayunar, seguía canturreando mientras manejaba el transistor que días atrás había comprado a un señor que se dedicaba a reparar las cunetas de la carretera con la que lindaba la finca.
En la que, de momento, solo se oía alguna marcha militar, así que la desconectó porque no le gustaba mucho lo relativo a los militares, con el tiempo que pasó haciendo la mili obligatoria, Rimundo había tenido más que suficiente en cuanto a ese tema.
Como íbamos diciendo, Rufus estaba muy sorprendido con la actitud de su amigo, esa sonrisa de oreja a oreja…; ese canturreo por la mañana temprano…; esa brillante mirada…; en fin, que no era el que acostumbraba a ser cada día.

De pronto se le vino a la memoria la escena vivida la noche anterior.

- ¡A que iba a ser eso…! Se lo quedó mirando fijamente hasta llamar atención de Rimundo, este al percatarse de que su amigo le estaba interrogando con la mirada, acentuó su sonrisa y exclamó…

- ¡A ver, a ti que te pasa…!

Rufus, que ya se iba imaginando el porque de toda aquella parafernalia, se tapó los ojos con la pata delantera al tiempo que emitía un largo y repetido aullido.

- ¡Guaaaauuuu, guaaaauuu! Y empezó a mover la cabeza de arriba abajo como riéndose…

 - ¡De que te ríes tu… Eh! Le interpeló Raimundo.

- ¿Yo…? ¡De nada, de nada! Contestó Rufus, pero la expresión de su cara decía claramente otra cosa.

- ¡Que no te rías, que no es cosa de risa…! ¡He tomado la decisión de hablar con ella hoy!

La sonrisa que minutos antes iluminaba la cara de Rimundo había desaparecido y ahora mostraba una muesca de preocupación y nerviosismo.

Rufus la miraba entre risueño y divertido, algo que encolerizó a Rimundo, que levantándose de la mesa fue a coger una “tarama” de las que usaba para encender el fuego para atizarle un buen “taramazo” a su amigo por estar riéndose de él.

Rufus que se percató de lo que se le venía encima, pegó un salto hacia la puerta descorrió el cerrojo a toda pastilla y se lazó hacia la calle como un rayo, así y todo, no pudo evitar que el “taramazo” le alcanzara en casi todo su rabo, cosa que dio por bien empleada habida cuenta del buen rato que había pasado a costa de su amigo.

¡Y lo que le quedaba aún…!

Cuando le contara a Montolla la novedad del día, no por el hecho en sí, si no por el nerviosismo y la preocupación que se refleja la cara de su amigo.

Pasados cinco minutos, mas o menos, asomó la cabeza por el ventanuco con sumo sigilo y cuidado, pues suponía que a Rimundo todavía le duraba el mal humor.

Pero no, Rimundo estaba dando cuenta de su suculento desayuno a base de unas buenas tostadas untadas con una impresionante “zurrapa de lomo” y un humeante “jarrillo” de café negro.

 En vista del panorama, Rufus dedujo que ya no peligraba su integridad física, así que traspasó de nuevo la puerta hacia el interior y se dispuso a dar él también buena cuenta del desayuno que le había preparado su amigo.

Rimundo estaba terminando su desayuno y él se dio buena prisa para terminar también el suyo, puesto que tenia unas ganas irresistibles de comunicarle a “Montolla” las novedades del día.

Rimundo ya había recogido los trastos del desayuno, y se empleaba afondo en fregarlos ayudándose de una mata de “Mata Gallos” que usaba como “fregón” y que crecían en abundancia en el pinar de la finca, por lo que le salían sumamente económicos y además no era necesario usar jabón alguno, que por otra parte tampoco abundaba y los pocos que circulaban por el mercado eran carísimos.

  Rufus salió sigilosamente de la estancia para no provocar de nuevo el mal humor de Rimundo.

Ya iba a ir en busca de “Montolla”, cuando pensó que quizás sería bueno pedirle disculpas por lo acontecido momentos antes.

Volviendo sobre sus pasos, asomó la cabeza por el ventanuco para dirigirse a su amigo.

Como lo vio tan absorto en el fregado, para llamar su atención, profirió un corto aullido como pidiéndole clemencia.

Rimundo en ese momento tenia en la mano un “Jarrillo de lata” de los usados en el desayuno.

- ¿Clemencia? ¡Tienes toda la cara dura de pedirme clemencia, con lo que te has reído de mí! ¡Pues toma, hay va tu clemencia!


Y el “Jarrillo de lata” voló hacia el hocico de Rufus con la mata de “Mata Gallo” incluida.
Rufus se retiró raudo y veloz del ventanuco apartándose a un lado al mismo tiempo, ya que sabia que su amigo tenía una puntería infalible cuando lazaba algo con la mano.
Efectivamente, el proyectil atravesó el espacio donde milésimas de segundos antes ocupaba la cabeza de Rufus y fue a estrellarse contra el suelo haciendo un ruido de mil demonios y sumando una abolladura más a las ya existentes.
Se dio cuenta que no estaba el horno para bollos, por lo que hizo mutis por el foro y se fue en busca de “Montolla” para ponerlo al tanto de lo ocurrido instantes atrás y de la decisión del amigo de ambos.
Rodeó la casa y fue hasta la parte de detrás donde pernoctaba “Montolla”, golpeó dos veces con la pata delantera la puerta al mismo tiempo que lanzaba un par de ladridos para que éste supiera que era él y no cualquier otra alimaña del bosque.
La puerta al igual que la de la entrada principal, pero a diferencia de esta, tenía practicada en la parte superior, un “postigo” lo suficientemente grande como para que el animal pudiera asomar su cabeza por el hueco que se aseguraba por dentro mediante una “tranca” de grueso calibre.

El motivo de haber practicado la mencionada apertura era porque, cuando las inclemencias del tiempo eran muy adversas y no permitían que el ocupante de la “cuadra” saliera de su habitáculo, al menos pudiera sacar la cabeza y disfrutar de aire no contaminado por los gases que emanaban de los restos orgánicos propios, algo por otra parte muy normal en las “cuadras” habitadas por esos animales.

Ya sabemos que “Montolla” era un burro, pero de tonto no tenía ni un pelo, igual que su congénere, el que tocó la flauta por casualidad.

Uno de esos días de frio invierno, agachó la cabeza cerca de la puerta y al levantarla también levantó la susodicha “tranca”, la cual salió de su alojamiento liberando al “postigo” de la “traba” que le impedía la apertura, un golpe de aire hizo el resto.

Rimundo cuando vino a sacarlo de la “cuadra” se encontró con que “Montolla” había abierto el “postigo” por casualidad, hecho este que le dejó un poco preocupado, pero al día siguiente se repitió la operación solo que al no hacer aire el “postigo” no estaba abierto, por lo que pensó que como el de la flauta, “Montolla” lo había abierto por casualidad, como así había sido, por lo que no le dio más importancia al hecho, llegando a la conclusión de que había sido el animal el que de forma fortuita había quitado la “tranca”.

No obstante, reprendió al animal y le hizo ver la cantidad de peligros que podía correr si alguna de las alimañas que habitaban en el bosque se dignaba hacerle una visita nocturna y se encontraba el “postigo” abierto.

Lo que no sabemos es en que idioma, o de qué forma se lo hizo comprender y nos tememos que esa incógnita es algo que quedará sin resolver.

Claro que como hemos dicho, “Montolla” de tonto no tenia ni un solo pelo, y al escuchar las consecuencias que podía acarrear su acción, tomó buena nota y solo quitaba la “tranca” con su cabeza si estaba seguro de que quien estaba en la puerta era alguien de su confianza, o  cuando el sol entraba ya por las rendijas de la puerta, pues solía ser la hora en que su amigo Rufus o su amo Rimundo venían a buscarle.

Para evitar esas acciones no deseadas, había convenido con Rufus una contraseña para poder identificarle.

“Montolla” una vez contactado que era Rufus quien picaba en la puerta, procedió a quitar la “tranca” mediante el proceso descrito.

Rufus brincó sobre sus patas traseras y de un salto empujó el “postigo”, una vez abierto y mediante otro salto se encaramó al perfil de la puerta y desde allí al interior del habitáculo de “Montolla”.



Una vez dentro, empezó aponer a su amigo al tanto sobre las buenas nuevas referente a las tribulaciones del amo de ambos las cuales los dos tenían conocimiento.

Con las orejas tiesas, para no perderse detalle, escuchaba entre divertido y sorprendido, por lo que cuando Rufus terminó de ponerle al corriente, no pudo evitar lazar un burlón rebuzno al mismo tiempo que su confidente también mascullaba alaridos risueños.

Otra cosa que no hemos podido comprende es, como consiguieron entenderse los dos amigos, máxime si tenemos en cuenta que ambos individuos pertenecían a espacies diferentes.

 En fin, son misterios del mundo animal que no nos corresponde a nosotros clarificar.

Aunque no de forma nítida, desde dentro de la casa, a Rimundo le llegaba el rumor de lo que mascullaban sus dos subordinados.

-Estos ya se están divirtiendo a mi costa… pensó.

En el fondo se alegraba que a ellos les hiciera gracia su decisión, más que nada porque Rufus no había habido día en que no le instara a ello.

Él no quería hacerle caso, pero al final había tenido que darse por vencido y tomar la decisión de hablar con Anita.


 
Al pensar en ella, la sonrisa volvió a su rostro y reconoció que a sus dos amigos -por qué más que nada eran sus amigos- les hiciera gracia lo que le había costado decidirse a dar el difícil paso, ¡Y aun no estaba muy convencido…!
Dentro de la casa sonó una carcajada, por lo que ¨Montolla” y Rufus dedujeron que a su amigo ya se le había pasado un poco el mal humor provocado por la actitud de este último.
Usando el mimo proceder que había utilizado para entrar, Rufus abandonó la “cuadra” para averiguar el motivo de la risa de Rimundo, no obstante, asomó la cabeza con precaución -por lo que pudiera ocurrir- por el ventanuco de la puerta principal de la casa.
Rimundo había terminado de fregar y de recoger los cacharros del desayuno y se había sentado en la silla baja al calor de la lumbre, con su cachimba en la boca, como era temprano y hoy no tenía intención de trabajar, hasta   el sol terminara de despuntar, se dispuso a terminar la honda que se estaba haciendo para espantar a los pájaros, jabatos y demás bichos montunos que merodeaban por los montes colindantes a la finca, le faltaba que terminarle la “rabiza”, que iba a hacerla con una hebras de “pita” que había preparado unos días atrás, sacándolas de la hoja que había cortado de una de las plantas que crecían espontáneamente en la finca.

La obtención de estas hebras era un trabajo laborioso, primero había que cortar la hoja de la planta teniendo cuidado de no pincharse con alguno de los pinchos que tenia en sus bordes y sobre todo, con el que tenia en su extremo ya que este era muy duro y de unas dimensiones considerables.

A continuación, había que someter a la hoja a un proceso de machacado con la maza de “majar el esparto” posteriormente y mediante un “raspador” y apoyándola sobre una madera o cualquier otro soporte, se debía ir raspando toda la carne de la hoja hasta conseguir que las hebras atuvieran totalmente limpias.

El motivo por el cual quería emplear este material para la “rabiza” en vez del esparto con el que había elaborado el resto de la honda, era porque con las hebras de “pitas”, al hacer restallar la honda, la “rabiza”, producía un ruido mucho más fuerte y seco que las de “esparto”.

En el radio/transistor que había conectado antes de sentarse, sonaba una marcha militar, a la que no prestaba atención alguna, el trabajo manual que estaba realizando, lo hacía de forma maquinal.

  Sus pensamientos estaban concentrados en pensar el cómo y el cuando sería el momento más indicado para dirigirse a Anita con el fin de ponerla al corriente de sus pretensiones.

Algo que se le antojaba bastante difícil por lo que no se le ocurría como ni por dónde empezar su disertación con ella.

En la radio/transistor que había conectado momentos antes, ya empezaban a sonar las señales horarias que anunciaban la radiación del “parte” matinal diario donde se contaban las noticias y acontecimientos ocurridos en el país durante el día anterior.

 Le sorprendía y admiraba, que aquel diminutivo aparato que había adquirido meses atrás al señor que limpiaba las cunetas de la carreta, fuese capaz de reproducir lo que estaba diciendo alguien que hablaba a tantísimos kilómetros de distancia se donde estaba ubicado el dichoso aparato.

Pero no solo reproducía lo que hablan, sino que también radiaban programas musicales, discos dedicados, concursos o programas de solidaridad y otros de entretenimiento.

A él lo que le gustaba escuchar, principalmente era el “parte”,  otro que oía a menudo eran, los discos dedicados, que era un programa en el que mediante una carta enviada a la redacción de la emisora, se pedía que radiaran una canción para que la escuchara la persona a quien iba dedicada, claro que no solo la oía esa persona , sino cualquiera que tuviera la radio sintonizada, quien con mas asiduidad usaba este servicio, eran las novias que tenían a su novio haciendo el Servicio Militar Obligatorio.

Radiaban un programa que le gustaba mucho escuchar, lo daban en la hora de la sobremesa nocturna y se llamaba “Matilde, Perico y Periquín”, donde se exponían las tribulaciones y vivencias diarias de una familia corriente de aquellos tiempos.

Abundaban los programas de concurso, pero a él no le interesaban mucho por cuanto no tenía intención de presentarse a ninguno.

Como ya había terminado la “rabiza” de la honda, había terminado el “parte” y su cabeza empezaba a parecerse a una olla de grillos de tanto darle vueltas al asunto de su petición a Anita, se levantó de la silla, desconectó la radio y salió al llano que había en la puerta de la casa y se dispuso a probar la honda.

Provisto de una piedra de mediano tamaño, la colocó en la honda y haciéndola voltear sobre su cabeza soltó el proyectil que fue a impactar de lleno en la piña de un pino que había elegido previamente como blanco, y que distaba unos cincuenta metros de donde él se encontraba, a continuación, la hizo restallar contra el suelo dando lugar a que se produjera un chasquido potente y seco que retumbó como un trueno.

Satisfecho plenamente por el resultado de ambas pruebas decidió que ya era hora de abrirle la puerta del gallinero a las gallinas y de ir poniéndole el “jato” a “Montolla” para iniciar la excursión al pueblo con el fin canjear los productos que había cosechado de la finca, proveerse de sumisitos y lo más importante y difícil al mismo tiempo… ¡Pedirle a Anita una cita!
Autor: Pera H

 Fecha: diciembre 2018



2 comentarios:

  1. El rufus y el montolla te tienen bien calao, y el matagallo yo lo uso para otros menesteres cuando andon por esos montes de Díos. Saludos

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    1. Saben más que los ratones colorao. Si, el matagallo tiene más de un uso y otra mata que también se usaba bastante, es el árnica, para curar las heridas.

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